EL NACIONALISMO CATOLICO Y LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO MARXISTA

Reflexiones en torno al libro “La Verdad os hará libres”

Hace unos días salieron a la venta los dos primeros tomos del libro La Verdad os hará libres, dirigida por la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA), a pedido de la Conferencia Episcopal de nuestro país (CEA). Este trabajo de investigación es el primero que se publica habiendo utilizado al mismo tiempo el Archivo de la Conferencia Episcopal Argentina y el Archivo corriente de la Santa Sede, incluida la Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y la Nunciatura en la Argentina. El tomo I se titula La Iglesia Católica y la espiral de violencia de la Argentina entre 1966 y 1983 1. Aquí se responsabiliza de modo principal al Nacionalismo Católico y al “integrismo” por la violencia de los años ´70, al haber inspirado supuestamente la metodología de la represión ilegal, relativizando en cambio la gravedad que supusieron la teología progresista y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) en relación a la subversión castro-comunista, como la opción por las armas que inculcaron en gran cantidad de jóvenes argentinos, llevándolos a la muerte. Como explica Jorge Martínez en un reciente artículo publicado en el diario La Prensa, los autores ubican en la corriente “integrista” a “la Ciudad Católica de Jean Ousset y la revista Verbo, a los padres Julio Meinvielle, Alberto Ezcurra y Alfredo Sáenz, a los libros La Iglesia Clandestina de Carlos Sacheri y Fuerzas Armadas: ética y represión de Marcial Castro Castillo (pseudónimo de Edmundo Gelonch Villarino), al Seminario de Paraná, a la revista Mikael, al Vicariato castrense, a los capellanes militares y muy especialmente a los obispos Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín”2.La realidad, por cierto, es muy distinta, toda vez que el Nacionalismo Católico, además de haber hecho una seria crítica teológica, filosófica, política, jurídica, cultural, económica y financiera del terrorismo marxista, no dudó en señalar también bajo qué condiciones morales era lícito combatirlo, teniendo en cuenta que había que aplicar los principios universales del derecho natural y cristiano acerca de la guerra justa a una “guerra revolucionaria” (muy diferente de la guerra clásica o convencional). En esta última el enemigo se ubica al margen de las leyes internacionales sobre conflictos armados, no usa uniforme, considera que el fin justifica los medios y se mimetiza con la sociedad civil, formando parte de una compleja estructura clandestina (de tipo celular, piramidal y tabicada). Como veremos, estudiar estas condiciones fue tarea que realizaron los referentes más importantes del Nacionalismo Católico, a diferencia de otras corrientes políticas que actuaron según criterios, al menos de hecho, utilitaristas, superficiales o simplemente cómplices. Va de suyo que este análisis parte de la premisa de que la Argentina vivió una Guerra Civil de naturaleza revolucionaria, sobre todo entre 1969 y 1979, guerra provocada por organizaciones armadas marxistas-leninistas, fueran o no partidarias de utilizar al Movimiento Nacional Justicialista como “puente” hacia la “Patria Socialista”. Guerra que el Nacionalismo Católico estudió en sus orígenes, en su naturaleza, en su “modus operandi”, en su financiamiento, en sus cómplices y en sus consecuencias. Recordemos, para contextualizar lo que estamos afirmando, que las organizaciones terroristas que operaron en la Argentina dependían directamente del Departamento América del Partido Comunista Cubano, con el apoyo de la URSS en su primera etapa. Y que, respecto de Montoneros, la Triple A y algunos sectores del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” existió una cierta convergencia en torno a la logia masónica Propaganda Due, también responsable de esta guerra 3.

Veamos ante todo un principio general, tomado precisamente del tradicionalista francés Jean Ousset, fundador de la Ciudad Católica, iniciativa adaptada a nuestra realidad por los referentes de la revista Verbo y por el Instituto de Promoción Social Argentina (IPSA), fundado por Carlos A. Sacheri. Escribió Ousset en su Para que Él reine: “Louis Veulliot [católico francés, tradicionalista y monárquico] supo protestar contra los fusilamientos precipitados [en tiempos de la Commune] y no temió reprochar a los burgueses liberales su excesiva dureza en la revancha”. Yafirmaba: “La justicia prohíbe las ejecuciones secretas… ¡Que el pueblo vea cómo se castiga al criminal, que el mismo criminal se sienta castigado! Entonces puede ser tocado por el arrepentimiento y rescatarle para la eternidad (…) Y que no se vaya más allá de lo necesario. La conciencia pública pedirá cuenta de un solo tiro de fusil que la justicia o el derecho a la legítima defensa no hayan ordenado (…)La fraternidad o la muerte’ es y sigue siendo una máxima revolucionaria”4, no una enseñanza católica. No es extraño entonces que, en la misma línea, Carlos A. Sacheri, anticomunista hecho y derecho, además de mártir en la Guerra contra la subversión, repudiara la metodología criminal de combatir al terrorismo, como la que empleaban algunas organizaciones del denominado peronismo ortodoxo: “Yo recuerdo –decía Fernando de Estrada– que, cuando mataron a Silvio Frondizi, estábamos en una reunión con Sacheri y otras personas, algunas más bien de orientación liberal, que insinuaron aprobar el procedimiento, y recuerdo que Carlos se opuso cortándolos inmediatamente. Dijo que estaba mal. Que así no”5. Un repudio similar fue publicado en la revista Cabildo en su número 14 de junio de 1974 ante el asesinato del padre Carlos Mugica: “Todos los argentinos bien nacidos debemos lamentarnos de ésta y de tantas otras inútiles muertes producidas por razones ideológicas o por motivos dialécticos y que parecen haber introducido un nuevo estilo en nuestras prácticas políticas, estilo que vendría a echar por tierra la creencia de que vivimos en una Argentina civilizada”6. De modo similar se expidió esta revista ante el asesinato del diputado Ortega Peña, de conocida militancia en el peronismo de izquierda: “En el camino pues de la guerra que están organizando para que la padezca todo el país, las facciones malavenidas del peronismo, fue ametrallado el diputado Ortega Peña en el filo de la medianoche del miércoles 31 y a cuadra y media de una seccional de policía capitalina. Este nuevo crimen que provocó la muerte instantánea de su víctima, conmovió también a la ciudad. Era la primera vez que caía destinatario ahora de sus propias reglas de juego– una figura principal de la guerrilla ideológica de izquierda. (…) Este desenfreno criminal obedece” a leyes “cruelmente sofisticadas”7. La aparición de bandas paramilitares que respondían al terrorismo marxista con idéntica metodología, había sido advertida y juzgada severamente por otro importante pensador y mártir del Nacionalismo Católico, el Prof. Jordán B. Genta. En tiempos de Lanusse, cuando ya la guerrilla hacía notar su presencia con asesinatos, secuestros, robos, etc., estando en la provincia de Tucumán, alguien le preguntó: “—¿No piensa Usted, profesor, que debemos organizarnos y armarnos, y atacar a los guerrilleros de la misma manera en que ellos nos atacan, eliminándolos ocultamente para evitar el reproche internacional y la represalia guerrillera de hoy y de mañana?”. La respuesta de Genta fue clara y contundente: “No —dijo— esa manera de actuar es inadmisible. En primer lugar y ante todo, el cristiano debe estar dispuesto a morir, no a matar; dispuesto a morir por la fe, por la patria, por la familia, por el prójimo. Debe estar dispuesto a derramar, como Nuestro Señor Jesucristo, la propia sangre, y no la sangre ajena. En segundo lugar, y si tiene que defenderse y combatir, el cristiano debe hacerlo en la luz y a cara descubierta, y no desde la sombra y con el rostro encapuchado. Además, los que tienen que desplegar la lucha armada son los integrantes de las Fuerzas Armadas de la Nación, quienes deben apresar abiertamente a los guerrilleros, deben juzgarlos públicamente según las leyes de la guerra, deben condenarlos públicamente y, si fuese posible, deben también ejecutarlos públicamente. Actuar clandestinamente es de una ruindad, una vileza y una cobardía impropias de un soldado, de un estadista y de cualquier cristiano; es algo que no se puede hacer si se es discípulo de Cristo. Y en tercer y último lugar, la guerra sucia a los guerrilleros se la van a perdonar y los van a convertir en héroes, a ustedes no. Ustedes, en rigor, no serán perdonados, y serán, en cambio, castigados como criminales”8. Una respuesta profética. La revista Cabildo no se privó tampoco de repudiar la persona y las acciones de López Rega, instigador principal de la “represión ilegal peronista” con la tapa de su número 22 en la que, junto a la foto del “Rasputín” justicialista, se estampó la frase “José López Rega: El Estado soy yo”9, lo que le valió a Cabildo la clausura por parte del gobierno “democrático, nacional y popular” de Isabel Perón.

Mención aparte merecen dos estudios específicos acerca de cómo aplicar las enseñanzas clásicas de la Iglesia Católica sobre la guerra justa, a la guerra revolucionaria. Los franceses que combatieron contra el comunismo en Argelia hicieron el estudio detallado de esta modalidad y sus diferencias con la guerra convencional, originando la “Doctrina de Guerra Revolucionaria” (DGR) a través de referentes como Lacheroy, Trinquier, Aussaresses, Chateau-Jobert y Bigeard. Sus análisis fueron importantes para entender con qué clase de enemigo se estaba combatiendo, pero no siempre ni en todos los casos sus consejos fueron acordes con la moral cristiana. Ese estudio, en consecuencia, debieron hacerlo en la Argentina el padre Alberto Ezcurra Uriburu, a pedido de Mons. Tortolo y el Prof. Edmundo Gelonch Villarino, discípulo de Genta, ante las consultas de militares decididos a dar guerra sin cuartel a la subversión marxista pero preocupados por ciertas prácticas que estimaban contrarias a la ley natural y divina. El padre Ezcurra escribió entre fines de 1974 y principios de 1975 un opúsculo titulado De Bello Gerendo. Muchos años después, en el año 2007, fue publicado como libro bajo el título Moral cristiana y guerra antisubversiva- Enseñanzas de un capellán castrense10. El opúsculo está dividido en tres capítulos y un Apéndice: I. Principios generales (Legítima defensa, pena de muerte y guerra justa); II. La Guerra revolucionaria; III. Aspectos morales (Licitud de la Guerra revolucionaria, Respecto de los medios, Insuficiencia de la legislación represiva y Advertencias a los hombres de Iglesia). El enfoque general respecto de la metodología contrarrevolucionaria puede advertirse en la siguiente cita que Ezcurra tomó de San Ambrosio: “Aún entre enemigos existen derechos y convenciones que deben ser respetados” y los asuntos más complejos a los que da respuesta (siguiendo a importantes exponentes del derecho natural como del derecho internacional público) son la aplicación o no de las leyes internacionales de derecho positivo a quienes no se sujetan a ellas, la licitud de dar muerte en combate a los guerrilleros, la licitud o no de hacerlo en caso de rendición, la licitud o no de eliminar físicamente a los jefes y responsables (teóricos o militares) de la guerrilla, la licitud o no de las represalias, entre muchas otras. Y deja bien claro que nunca puede ser lícita la ejecución de los rendidos, salvo casos excepcionales y jamás sin juicio sumarísimo. Como comentaba el Dr. Héctor H. Hernández, biógrafo de Sacheri, al analizar este opúsculo: “Ni se le pudo ocurrir al P. Ezcurra entonces que las Fuerzas Armadas adoptaran (…), como lo hicieron (cuando lo hicieron, lo digo así porque la leyenda oficial miente mucho), el procedimiento criminal de los ‘desaparecidos’ ni ninguna cosa semejante”11. Muy por el contrario, nos consta que el mismo Ezcurra debió interceder, aunque sin éxito, ante la desaparición de un conocido suyo, que fue secuestrado por error y asesinado. En cuanto al libro de Gelonch Villarino (que apareció bajo el pseudónimo de Marcial Castro Castillo), fue escrito antes del 24 de marzo de 1976 y circuló (sin ser publicado) entre miembros de las Fuerzas Armadas, en especial de la Fuerza Aérea Argentina, cuyos oficiales de filiación nacionalista y católica se encargaron de difundir. Recién en 1979 salió a la venta, con algunos pasajes nuevos fruto de consultas de militares en actividad por problemas de conciencia. Este libro fue elogiado con ocasión de su publicación por las revistas Mikael12 del Seminario de Paraná y también por la Revista Cabildo13. El libro, fundamentado principalmente en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria y el Magisterio de la Iglesia, se explaya en consideraciones muy atinadas sobre los requisitos de la guerra justa, su aplicación a la guerra revolucionaria y temas específicos como la pena de muerte, los bienes del enemigo, la verdad y la mentira, el trato de los inocentes (niños, mujeres, ancianos, etc.) o la tortura como método de interrogación. Respecto de esto último, Gelonch Villarino la descarta como inmoral respecto de inocentes y sospechosos, y sólo probablemente lícita en relación a los culpables en casos muy excepcionales (no de modo habitual), cuando esté gravísimamente afectado el bien común y no quede otro medio, según el juicio prudencial “ad casum” de la autoridad competente. Con todo, no deja de recordar, a contrario sensu de su opinión (dicha con enorme precaución), que los papas Nicolás I como Pío XII y moralistas ortodoxos, la consideraron en todos los casos como intrínsecamente mala. Como puede advertirse, un juicio moral que nada tiene que ver con el uso de la tortura tal como se generalizó a partir de la ruptura de Perón con los Montoneros (1973), la acción criminal de López Rega y sus esbirros (1973-1975), el gobierno de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) y, luego del 24 de marzo de 1976, el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Una de las tantas coincidencias entre el estudio de Ezcurra y el de Gelonch Villarino es el de la insuficiencia de la legislación positiva vigente entonces y la necesidad de adaptarla al tipo de guerra que se estaba librando. Lamentablemente poco y nada se hizo al respecto

También la revista Verbo se ocupó de enseñar los fines y los medios moralmente lícitos de combatir a la subversión, como sucedió con la publicación en tres entregas, a lo largo del año 1975, de un artículo titulado Moral, derecho y guerra revolucionaria, centrado principalmente en los fines de la pena respecto a los delitos del terrorismo marxista, pero desde las características peculiares de la Guerra Revolucionaria. La argumentación era similar a la que luego esgrimiera Gelonch Villarino, con algunas diferencias de matiz.14. Y las condiciones como los matices indicados, nada tuvieron que ver con la metodología criminal adoptada o al menos tolerada sucesivamente por los gobiernos de Juan D. Perón, María Estela Martínez de Perón y el último gobierno cívico- militar.

Acerca del golpe de Estado de 1976, hubo nacionalistas que se opusieron mientras que otros lo incentivaron, al igual que la mayoría de la dirigencia política, empresarial, mediática, intelectual, etc. de la Argentina. Entre los primeros se encontraba Francisco “Pancho” Bosch, quien había sido interventor en la Facultad de Derecho de la UBA bajo la dirección de Ottalagano, siendo ministro de Educación Oscar Ivanissevich. Lo primero que hizo como interventor fue exigir que desaparecieran de esa Facultad las bandas parapoliciales. Luego, junto a otros juristas nacionalistas, propuso reestablecer la Cámara Federal en lo Penal que había actuado con seriedad y eficacia entre 1971 y 1973. Francisco M. Bosch le había expresado al ministro de Justicia Ernesto Corvalán Nanclares que “el asesinato como resolución de un tema político, no sólo es la peor de todas sino que envilece al que la practica”15. El Ministro le dijo que después de la disolución del “Camarón”, el asesinato del Juez Quiroga y el exilio de sus otros miembros, no había ningún magistrado dispuesto a firmar una sentencia contra los terroristas, dado el riesgo que implicaba. Pasados unos días, “Pancho” Bosch entregó una lista con 200 personas que sí aceptarían ese riesgo pero su propuesta fue rechazada. Producido el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, el ex-interventor de la Facultad de Derecho de la UBA publicó un libro titulado Indexación o soberanía (recomendado por la revista Cabildo), en el cual criticaba la represión ilegal y anticipaba lo que sucedería a las Fuerzas Armadas por tomar esa pésima decisión. “El heroísmo segregado de un orden civilizado no es más que crueldad y en última instancia, crueldad envilecedora de los mismos que a diario arriesgan su vida con las mejores intenciones subjetivas (…) Éxito material logrado sin duda por las Fuerzas Armadas, pero que paradójicamente no podrá ser capitalizado por éstas porque indefectiblemente se les pasará factura en la que documentarán los hechos ilícitos que acompañaron el aniquilamiento de la subversión. Ello importará la catastrófica retirada de las Fuerzas Armadas (que no podrán soportar el ‘estado de conciencia’ que los órganos de opinión, hoy llamados a discreto silencio, implementarán en su momento) de la palestra política”16. Como dijo con ocasión de su muerte Luis María Bandieri, “bajo Videla [Francisco M. Bosch] y asumiendo un riesgo personal que no dejaron sus oyentes militares de recalcarle, a veces con registro de amenaza, criticó la infeliz decisión de combatir el terrorismo por vías subrepticias y no a la luz de la ley. La reversión histórica que se impone en nuestros días, según la cual los únicos terroristas son hoy los que combatieron a los terroristas de ayer, le ha dado póstuma y lamentablemente la razón”17. También se opuso a la represión ilegal, antes del golpe militar, otro conocido militante nacionalista, Enrique Graci Susini, por entonces jefe de la Policía de San Juan (1973-1976). Y un reconocido jurista y pensador del Nacionalismo Católico como lo es el Dr. Bernardino Montejano enseñó conceptos parecidos en una conferencia dictada en Mendoza en 1979 en la que afirmó: “Antes que la victoria sin honra, preferimos la derrota”18, frase inspirada en los versos de Rafael Sánchez Maza: “A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota”.

Similar actitud tuvieron destacados militares nacionalistas. Comencemos por la postura del entonces Mayor Mohamed Alí Seineldín. Por de pronto estuvo en contra del golpe del 24 de marzo de 1976, a diferencia de otros referentes del Nacionalismo Católico. Pero ante el hecho consumado, se propuso “moralizar la fuerza”, como lo explica minuciosamente su biógrafo el Prof. Sebastián Miranda. El 23 de febrero de 1976 había sido enviado en comisión para entrenar a la Policía Federal Argentina (PFA) en técnicas militares contrarrevolucionarias y anti-subversivas. Cuando el 31 de marzo del mismo año el General de Brigada Cesario Ángel Cardozo (asesinado vilmente poco después por el terrorismo marxista) fue nombrado jefe de la PFA, uno de sus objetivos fue terminar con la “guerra sucia” y encarar la represión de manera integral, es decir, desde lo moral, lo doctrinal, lo militar y lo psicológico. Para eso eligió a Seineldín quien escribió entonces un Manual de temas ético espiritual-moral, cuyo punto 12 decía que “La lucha contra la subversión requiere la adhesión de una concepción cristiana del hombre y de la sociedad”. Sebastián Miranda explica que “la fundamentación filosófica, religiosa y política era esencialmente católica, antimarxista y antiliberal, lo que le valió la oposición” de “importantes sectores dentro de las propias FF.AA que respondían a la ideología liberal y a la masonería” (basta recordar que militares del “Proceso” como Massera, Suárez Mason, Corti y Barttfeld eran masones de la logia P2 y otros tenían estrechos vínculos con los fundadores de la globalista Comisión Trilateral, como era el caso de José Alfredo Martínez de Hoz, amigo de David Rockefeller). El libro de Seineldín era una síntesis de las enseñanzas de Chateau Jobert (militar francés católico y nacionalista), Jordán B. Genta y Carlos A. Sacheri. En la misma época Seineldín escribió un Manual Práctico para el personal subalterno, en cuyas páginas pueden leerse textos como el siguiente: “Concretada una detención, no deberá adoptar más medidas de seguridad que las necesarias para evitar la fuga. No deberá mortificar al detenido sin necesidad, ni usará con él un lenguaje que pueda irritarle o humillarle, porque una conducta semejante provocará a no dudar la resistencia del detenido y creará antipatías o sentimientos hostiles. Un policía debe caracterizarse por sus buenos sentimientos. Cualquier actitud agresiva que adopte contra un detenido revelará una prepotencia cobarde y deshonrará a quien, olvidando elementales deberes de cultura y temperancia, se coloque en una situación desfavorable entre la opinión de los demás”19. Así comenta esta visión de la guerra antisubversiva un militar que estuvo en relación con Seineldín en aquellos años y también después: “Éramos capitanes por entonces y estábamos entrando en la Escuela Superior de Guerra. Convivimos durante tres años. El coronel Mohamed Alí Seineldin nos llevó a un grupo con él, en la Policía Federal. El general Cardozo le pidió que fuéramos a la policía porque había excesos, falta de honestidad. Nos llevó a varios de nosotros a hacer un curso de formación contrarrevolucionaria. Después se diseñó un cursillo de 7 días, con aislamiento, con alto contenido técnico y formativo especializado para actuar en cuestiones contra la subversión. Eso se sistematiza en la Policía Federal” con “varios cursos. De allí surgió una escuela especial que primero se llamó Centro de Instrucción Contrarrevolucionaria y luego CAEP (algo así como Centro de Actividades Especiales Policiales). Ahí se fue formando una corriente con un alto contenido ideológico antimarxista, pero también con fundamentación política (…). Después empezamos a ver cómo el Proceso se corrompía, y sobre todo, lo de la represión ilegal”. La reacción fue “procurar que la gente no se contaminara o se contaminara lo menos posible. Tratar de resistir. Éramos prácticamente el único grupo que trataba de moralizar la guerra con un éxito relativo, porque terminamos convirtiéndonos en elementos molestos. En donde se pudo, se hizo algo, y eso dio oportunidad a que, dado el ambiente en que se desarrollaron los hechos, se produjeran muchas adhesiones. Un ejemplo: ‘los muertos no aparecían porque si no, no iban a venir los préstamos’, según decían…y otras cosas raras. Nosotros creíamos que las cosas no iban a ser así, y fue cuando comenzamos a sentir la hostilidad de la cúpula militar hacia el sector nacionalista”20.

En el Ejército los generales nacionalistas Juan Antonio Buasso y Rodolfo Clodomiro Mujica, contrarios a la represión ilegal, se ofrecieron para integrar tribunales militares que juzgaran a los detenidos y, de ser necesario, dictar sentencia condenatoria, haciendo que se aplicara públicamente la pena de muerte a los terroristas. Videla lo recuerda en el libro-reportaje que le hiciera Ceferino Reato21. La propuesta fue rechazada y ambos militares pasaron a retiro. Otros nacionalistas vinculados a las Fuerzas Armadas intentaron influir de manera privada (por considerar que era peligroso hacer denuncias públicas que podrían ser utilizadas por la izquierda que ya dirigía una campaña anti-argentina desde el Exterior), recordando todos estos criterios morales a las autoridades correspondientes.

En relación a la escasa mención que el Nacionalismo Católico hizo de crímenes concretos cometidos en el marco de la represión ilegal, hay que entender que era una cuestión prudencial. Por un lado, se trataba de la corriente política que con mayor profundidad se había ocupado del fenómeno del terrorismo castro-comunista en la Argentina, algunas de cuyas características (como la aparición y el peligro de un “nacionalismo marxista”) ya habían sido denunciada con muchos años de anticipación por el padre Julio Meinvielle y, más cerca de los ’70 por Jordán B. Genta. Además, fue obra de Carlos A. Sacheri haber estudiado la infiltración marxista dentro de la estructura temporal de la Iglesia Católica en la Argentina, fruto de lo cual fue la publicación de su libro La Iglesia clandestina. Por el otro había un obstáculo no menor: con la hipocresía que los caracteriza y con la excusa de los DD.HH, el progresismo mundial había organizado una campaña global contra nuestra patria mediante la presión de la Administración Carter en EE.UU, organismos como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), instituciones como Amnesty International, el Consejo Mundial de Iglesias, la socialdemocracia, ciertos sectores del Estado Vaticano, el Comité Noruego del Premio Nobel, los teólogos de la liberación, etc. Al no tratarse de instituciones imparciales sino otros tantos engranajes de la progresía global, era lógico que el Nacionalismo Católico no quisiera hacer críticas públicas permanentes que podían ser utilizadas no para defender la verdadera dignidad humana y los derechos naturales de la persona, sino para desprestigiar a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, alentando a su vez a quienes seguían con la lucha armada y los que, con más perspicacia, habían optado ya por la Revolución Cultural, siguiendo a Gramsci y a la Escuela de Frankfurt. El Nacionalismo Católico hizo lo que se podía y se debía hacer en ese momento, mal que les pese a los que no tienen enemigos a la izquierda, sobre todo mediante la ayuda, el consejo y el asesoramiento realizados de manera privada. Hoy es difícil juzgar esas acciones (“podrían haber hecho más”, “no fue suficiente”, etc.), porque desconocemos todas las circunstancias conforme a las cuales decidieron actuar del modo en el que lo hicieron. De todas maneras recordemos, por poner sólo un ejemplo, que mientras en el juzgado en el que era secretario Ricardo S. Curutchet (hijo del director de Cabildo y nacionalista como su padre) se tramitaban hábeas corpus presentados por familiares de detenidos/desaparecidos, el ahora “campeón de los DD.HH” (con película y todo) Dr. Julio C. Strassera (que había jurado por los “Estatutos” del Proceso) pidió infinidad de veces su rechazo, sin haber realizado investigación alguna, en contra del criterio que tenía el Juzgado donde trabajaba Curutchet. Ironías de la historia.

En cuanto a la persona de Mons. Adolfo Tortolo, por entonces Arzobispo de Paraná y Vicario castrense, muy querido y apreciado en los ambientes del Nacionalismo Católico, llevaba un fichero con todas las denuncias que le llegaban acerca de personas desaparecidas, a fin de interceder por ellas ante las autoridades militares. Nos consta que en una ocasión consultó por el paradero de una mujer desaparecida y por ser quien era Mons. Tortolo, los militares que la habían secuestrado, la dejaron en libertad. Algunos meses después esa misma mujer fue partícipe de un operativo terrorista, en el cual murió. Los militares en cuestión le dijeron entonces a Mons. Tortolo: “A Ud. lo respetamos mucho, pero por favor no interceda más por nadie”. Eso, en cierto modo, “ató las manos” del Vicario Castrense, para quien fue más complicado, a partir de ese momento, ayudar a los familiares de los desaparecidos. Descontamos su recta intención y buena fe. Acerca de lo que hizo y lo que dejó de hacer, no podemos hacer un juicio de valor concluyente, pues únicamente él –y tal vez sus colaboradores más cercanos– podía justipreciar el mayor o menor condicionamiento que las circunstancias le habían impuesto. Sólo Dios, ante cuyo Tribunal ya compareció hace 37 años, sabe qué hizo bien, qué hizo mal y qué podría haber hecho mejor.

Al finalizar este breve recorrido sobre la acción del Nacionalismo Católico frente a la subversión marxista y la represión ilegal, no podemos olvidar la noble gestión que hiciera el padre Leonardo Castellani en favor del escritor (políticamente de izquierda) Haroldo Conti, en la reunión que tuvieron Videla y Villarreal con algunos referentes del mundo de la cultura como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Esteban Ratti y el propio Castellani. La historia es conocida y no la vamos a repetir en detalle aquí. Pero lo cierto es que Castellani entregó una carta a Videla pidiendo por Conti y tiempo después pudo verlo y administrarle el sacramento de la Unción de los Enfermos22.

Todo lo dicho parece indicar que bajo ningún aspecto puede culparse al Nacionalismo Católico de la metodología criminal que de hecho se adoptó en el marco de la guerra antisubversiva, sea con anterioridad o con posterioridad al 24 de Marzo de 1976. La mayor o menor culpabilidad corresponde a las máximas autoridades políticas y militares que rigieron los destinos de la Argentina en aquellos años, ninguna de las cuales perteneció a esta corriente política. Los delitos que eventualmente puedan haber cometido algunos nacionalistas individualmente, sea por propia iniciativa o por obediencia debida, es responsabilidad suya y no del Nacionalismo Católico. Hubiera sido mejor que la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA) estudiara si no hubo más culpabilidad en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), en las organizaciones terroristas del peronismo (de izquierda u ortodoxas), en la logia masónica P2, en varios de los partidos políticos que actuaron entre 1973-1976 y/o en los que tomaron decisiones de fondo durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), cuya filiación política fue, según los casos, liberal, radical, desarrollista, filo-peronista, demócrata progresista o socialista, más no nacionalista y católica. Los pocos referentes de esta corriente que colaboraron con el Proceso y no sin beneficio de inventario, lo hicieron en puestos subalternos y de nula influencia respecto de la Guerra contra la subversión marxista

Fernando Romero Moreno

1 Galli, Carlos; Durán, Juan; Liberti, Luis; Tavelli, Federico, La Verdad os hará libres. La Iglesia Católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, Tomo I, Editorial Planeta, 2023.

2 Martínez, Jorge, La Iglesia y el drama de los 70 (I), La Prensa, 26/03/2023.

3 Manfroni, Carlos, Montoneros: Soldados de Massera. La verdad sobre la contraofensiva montonera y la logia que diseñó los 70, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2012; Manfroni, Carlos, Propaganda Due. Historia documentada de la logia masónica que operó en la Argentina sobre políticos, empresarios, guerrilleros y militares, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2016.

4 Ousset, Jean, Para que Él reine, 3a edición, Dómine Editorial, Buenos Aires, 2011, págs. 417 y 419.

5 Hernández, Héctor H., Sacheri. Predicar y morir por la Argentina, Vórtice Editorial, Buenos Aires, 2007, pág.339.

6 Carlos Mugica, Revista Cabildo, N.º 14, Junio de 1974, pág. 24.

7Crónica de Guerra, Revista Cabildo, N.º 16, Agosto de 1974, págs. 5-6.

8 Juárez Avila, Pablo, Genta; una lección profética, Revista Cabildo, mayo 2004, 3ª época, n° 36.

9 Revista Cabildo, Nº 22, Febrero de 1975.

10 Ezcurra, Alberto I., Moral cristiana y Guerra antisubversiva. Enseñanzas de un capellán castrense, Editorial Santiago Apóstol, CABA, 2007.

11 Hernández, Héctor H., op.cit., pág. 353.

12 Mikael, Revista del Seminario de Paraná, Año 8, N.º 24, Tercer cuatrimestre de 1984, págs. 171-172.

13 Revista Cabildo, 2a Época, N.º 39, 1981.

14 Revista Verbo, N.º 159, Diciembre de 1975.

15 Miranda, Sebastián, Mohamed Alí Seineldin, Grupo Argentinidad, CABA, 2018, pág. 138.

16 Bosch, Francisco M., Indexación o Soberanía, Buenos Aires, Ediciones Leonardo Buschi, 1981, pág.10. El autor había expresado conceptos similares en la publicación El Derecho (UCA) en 1977.

17 Bandieri, Luis María, Francisco Miguel Bosch en el recuerdo, en La Nueva (edición digital), Bahía Blanca, 01/06/2006.

18 Montejano, Bernardino, Antes que la victoria sin honra, preferimos la derrota, Ciclo de Conferencias organizada por la Corte Suprema de Justicia de Mendoza, 1979.

19 Miranda, Sebastián, Mohamed Alí Seineldin, Grupo Argentinidad, CABA, 2018, pág. 138.

20 Simeoni, Héctor-Allegri, Eduardo, Línea de fuego. Historia oculta de una frustración,Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991, págs. 41-42.

21 Reato, Ceferino, Disposición final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2012, pág.40.

22 Beraza, Luis Fernando, Nacionalistas. La trayectoria política de un grupo polémico (1927-1983), Cántaro Ensayos, Bs. As., 2005, págs. 350-352 y 376.