IDEOLOGIAS, DOCTRINAS Y MENTALIDADES POLITICAS DESDE LA FE CATOLICA

A PROPOSITO DE NOCIONES COMO DERECHA, TRADICIONALISMO, NACIONALISMO Y CONSERVADORISMO

La siguiente es una interpretacion personal pero que tal vez les pueda servir. Está inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y en la filosofía política clásica (Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Santo Tomás, Escolástica Hispánica). Hay una diferencia entre ideologías, doctrinas y mentalidades políticas. Las ideologías no se fundamentan en la realidad sino en categorias de razón abstractas que absolutizan bienes relativos mientras que las doctrinas son principios universales fundados en la realidad, mediados por las ciencias sociales (de suyo contingentes, opinables y con distintas concepciones, aunque subordinadas a la filosofía y a la teología), y aplicados a las variadas circunstancias de tiempo y lugar. Las ideologías son algo propio de la Modernidad, funcionan como religiones seculares y se prestan más a servir meros intereses de poder, a diferencia de las doctrinas, apoyadas en una metafisica realista y en la DSI, orientadas al bien común político. Las mentalidades, por fin, son modos mas genericos de ver la realidad, en las cuales influyen no sólo las potencias cognoscitivas sino también la personalidad, la experiencia, la cultura, etc., condicionando las variadas maneras de entender, por ej. la relación entre Fe y vida pública. Hay tres grandes ideologías modernas: el liberalismo, que absolutiza la libertad; el socialismo que hace lo mismo con la igualdad; y el nacionalismo, que sobrevalora la nacion-estado. Dentro de las tres ideologías hay distintas tendencias y grados así como combinaciones. Doctrinas políticas stricto sensu, contrarias a las ideologías modernas, sólo hay una y es el tradicionalismo católico. Pero, fruto de la lucha contra la Modernidad, no está exento también de convertirse en una ideología más. Pese a la advertencia de De Maistre (“la Contrarrevolución no es una Revolución contraria sino lo contrario de la Revolución”) y fruto de un “agere contra” desordenadado, muchos tradicionalistas terminan siendo meros “antimodernos”, “antiliberales”, “anticomunistas”, no pocas veces con celo amargo y si bien con un sincero sentido sobrenatural, sin el necesario apoyo en el sentido común y en el sentido del humor (Chesterton es, en esto, una saludable excepción a la regla, cuya lectura es muy recomendable, incluso psicológicamente). Y esto sin confundir el tradicionalismo católico con el tradicionalismo esotérico, ni pensar que el primero deba ser, de suyo, un hiper-güelfismo. Otros católicos, basados en la misma DSI, han hecho intentos de cristianizar las corrientes políticas modernas, despojandolas de su lastre ideologico, en algunos casos de modo más o menos modo ortodoxo y en otros claramente heterodoxo respecto de la Fe. Así, el liberalismo católico heterodoxo de Lammenais, Le Sillon y, en ciertos aspectos, de Maritain a diferencia del más ortodoxo de Rosmini, Dupanloup u Ozanam; el “socialismo” católico heterodoxo de las Teologías de la Liberación marxistas como las de Gutierrez o Boff contra al más ortodoxo de las Teologías de la Liberación no marxistas, al estilo de López Trujillo o, quizás, del último Methol Ferré; por fin el nacionalismo católico heterodoxo de Carl Schmitt o León Degrelle frente al ortodoxo de Meinvielle, Genta o Blas Piñar. No obstante, es importante recordar que la DSI desaconseja el uso del término liberalismo, prohíbe el de socialismo y es cauta respecto del nacionalismo. Dije al principio de este artículo que, además de ideologías y doctrinas, existen también mentalidades. Podemos resumirlas en tres: la integrista, que confunde lo politico con lo religioso; la sanamente conservadora, que distingue ambas realidades sin separarlas; y la progresista que las separa, sea de modo amistoso u hostil . No hay que identificar necesariamente “mentalidad conservadora” (Kirk) con “doctrina conservadora”. Por otra parte, todo esto también se puede combinar. Así, la síntesis de liberalismo y socialismo es la socialdemocracia (Bernstein/Sociedad Fabiana); la de liberalismo y nacionalismo, el nacionalismo democratico (Mazzini); la de socialismo y nacionalismo, el fascismo (Gentile); la de tradicionalismo y liberalismo, el conservadorismo doctrinario (Burke); y la de tradicionalismo y socialismo, la Cuarta Teoría Política (Dugin). No son, por cierto, los únicos ejemplos. Por último, la combinacion de ideologías o doctrinas con mentalidades explican la existencia de un liberalismo conservador (Tocqueville) y otro progresista (Rousseau/ Enciclopedistas); de un socialismo conservador (Schmoller o Sombart) y otro progresista (Marx, Gramsci, Escuela de Frankfurt); de un nacionalismo integrista (Disandro), de uno conservador (Pidal y Mon) y de otro progresista (Hernandez Arregui); como tambien de un tradicionalismo integrista (los Nocedal) y otro conservador (Menendez y Pelayo entre los dinásticamente alfonsinos y Vázquez de Mella entre los carlistas). Pero sin que el uso de los términos que explican tales ideologías, doctrinas y mentalidades obligue a que debamos decantarnos sí o sí por una de ellas. Yo me he inclinado, como ya expliqué en otras ocasiones, por un nacionalismo católico y tradicionalista de mentalidad conservadora (un nacionalismo que no identifique necesariamente la nación con el estado y menos con el estado ideológicamente moderno; coherente con la Doctrina Social de la Iglesia; enraizado en el pensamiento tradicional, sobre todo hispánico; y dotado de una mentalidad que no dogmatice lo opinable, no convierta en normas inmutables cuestiones de naturaleza prudencial; y no confunda el error con las personas que yerran, sino que procure transmitir la Verdad con Caridad). Su mejor precedente fue, tal vez, Carlos A. Sacheri. Pero esta misma definición no está exenta de múltiples inconvenientes (lo mismo el apoyo condicional que algunos damos a la llamada “Nueva Derecha Conservadora”, incluso por el uso peligroso de términos como “derecha” y “conservadorismo”). Decía Castellani: “El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El que no respeta mucho las ideas, no ama enormemente la Verdad.Y el que no ama enormemente la Verdad, simplemente se queda sin ella. No hay peor castigo”. Tal vez esté llegando el momento en que los amantes de la Tradición (que es el bien común acumulado en el tiempo) debamos abandonar o reducir al mínimo estrictamente necesario el uso “positivo” de expresiones surgidas al calor de la Modernidad (estado, soberanía, democracia, capitalismo, derechos humanos, tradicionalismo, contrarrevolución, nacionalismo, conservadorismo, etc.) como también el de otras (derecha-izquierda, amigo-enemigo, tercera posición), susceptibles de ser utilizadas en sentido dialéctico (Hegel) o como categorías fundamentales de análisis político (Schmitt), en contra de la concordia política (Aristóteles), requisito esencial para alcanzar el bien común. Bien pensadas las cosas, sabemos que ni San Agustín era “agustinista” ni Santo Tomás era “tomista”. El respeto por las palabras en el sentido dicho por Castellani tampoco se condice con otros términos vagos o anfibológicos “ad usum” como “abierto-cerrado”, “preconciliar-postconciliar” o con el uso peyorativo y más reciente del neologismo ítalo-hispánico “indietrista”. No: para quienes defendemos “las ideas de la Tradición” nos alcanza, de ordinario, con las categorías clásicas de la Fe y de la razón natural: de la Fe, los artículos del Credo, los sacramentos, los mandamientos, las virtudes sobrenaturales, etc.; y de la razón: los primeros principios especulativos y prácticos, la analogía del ser, las nociones fundamentales de la metafísica realista (acto de ser-esencia, substancia-accidente, materia-forma, acto-potencia, trascendentales del ser), los distintos niveles de certeza (verdad-hipótesis-opinión-duda-error); y las virtudes naturales (intelectuales y morales), entre otras. No para anclarnos sin más en términos y definiciones anteriores al siglo XIV, sino para seguir también aquí el consejo castellaniano: “Hoy se habla con cierta petulancia de ‘integrar la filosofía moderna dentro de la filosofía cristiana’ (…) Esta frase así como suena es utópica: pasa por alto un hecho enorme, que es la ruptura de la tradición filosófica occidental en el siglo XVIII. No se puede integrar la filosofía moderna dentro de la filosofía cristiana, simplemente es imposible: otra cosa sería decir la asimilación de las ideas justas de los filósofos modernos en la filosofía tradicional, eso es posible”. Mutatis mutandi, no se puede integrar la filosofía política moderna dentro de la filosofía política tradicional, aunque sí asimilar las ideas justas de los filósofos políticos modernos en la filosofía política tradicional. Y a su turno, hay quer evitar que ese Ideario (no ideología, no adoctrinamiento, no mentalidad integrista) sea adulterado por fundamentalistas y fanáticos: “¿Qué es un fanático? – se preguntaba Castellani-. Un fanático es el que percibe los valores religiosos, pero no percibe los otros valores. Él dice que los valores religiosos son los superiores, y es verdad; pero los valores religiosos están en la cima de una escala de valores humanos; y si Ud. suprime todos los escalones intermedios de esa escala, el escalón superior se viene abajo; o lo que es peor, se queda en el aire, no se puede llegar a él, o si llega, se produce la monstruosidad de la ‘religión desencarnada’, que es la religión del fariseo”. Castellani era católico y ortodoxo, pero le repugnaba que la religión fuera convertida en algo puramente exterior, ritualista, clerical, cuna de fanáticos, de manipuladores de conciencias  o de “policía espiritual en torno a los intereses de las clases pudientes”. Y del “derechismo católico” a eso, no hay más que un paso. Pues cuidemos bien de no darlo.