IDEOLOGIAS, DOCTRINAS Y MENTALIDADES POLITICAS EN LA HISTORIA ARGENTINA

Aplicaremos ahora la distinción entre “ideologías, doctrinas y mentalidades” que ya hicimos en otro artículo, a la historia de las ideas políticas en nuestra Patria. Entre los siglos XVI y XVII, años fundacionales de nuestra Tradición católica e hispano-indiana, prevaleció el pensamiento clásico, sobre todo el de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y la Escolástica Hispánica, aunque con ciertos errores que ya preanunciaban la Modernidad ideológica, como sucedió con el esencialismo metafísico de Francisco Suárez S.J. Ese Ideario de la Tradición tendrá luego referentes importantes, tanto entre patriotas contrarios a la Independencia de la Corona Española (como Don Santiago de Liniers) como en los favorables a ella (como Tomás M. de Anchorena). Las ideologías modernas stricto sensu llegaron a la América Española (y a lo que más tarde sería la Argentina) de manos de los Borbones. Es después de la Guerra de Sucesión (1700-1713) que se extienden, sobre todo entre los intelectuales y parte de la clase dirigente, las ideas iluministas, preferentemente de los fisiócritas (Quesnay y Turgot) y la Ilustración anglo-escosesa (Adam Smith) en economía, como de la Ilustración galicana en política, cultura y religión (Rousseau y los enciclopedistas). De allí nacerá el liberalismo argentino, que luego tendrá distintas expresiones: liberalismo jacobino (Castelli, Moreno, Monteagudo), gaditano (Asamblea del Año XIII), utilitarista y regalista (Rivadavia), romántico (Generación del 37), clásico (Alberdi), revolucionario y anticatólico (Mitre, Sarmiento), positivista (Wilde), etc. Parte de ese liberalismo, unido a sectores más conservadores del viejo federalismo o del unitarismo provinciano, formará en 1874 el Partido Autonomista Nacional de Alsina y Avellaneda. De la misma raíz ilustrada aparecerán más tarde el socialismo (Juan B. Justo, Alfredo Palacios), el comunismo (Victorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi) y el anarco-colectivismo (Malatesta, Radowitzky, Diego Abad de Santillán). A su turno, de la reacción historicista pero no menos moderna en lo ideológico, surgirá un nacionalismo democrático y estatista (Ortiz Pereyra, Jauretche, Homero Manzi) vinculado a la preexistente Unión Cívica Radical (1893) y luego al Movimiento Nacional Justicialista (1946). En la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, procurando recuperar la Tradición católica (como reacción al laicismo iluminista) se abrirán camino dos nuevas corrientes: la demócrata-cristiana, más abierta respecto de las nuevas ideas (Félix Frías, José B. Gorostiaga, Miguel Navarro Viola, José M. Estrada) y la tradicionalista de perfil contrarrevolucionario (Julio Irazusta, Tomás Casares, Ezcurra Medrano, César Pico). La aparición posterior del peronismo (un nacionalismo popular de tercera posición, antiliberal y antimarxista, de inspiración cristiana), dividirá a todas las corrientes políticas en dos bandos, unos abiertamente confrontativos con el nuevo movimiento político y otros dispuestos a cierta cooperación. Fue así que se formaron corrientes políticas antiperonistas en el liberalismo (Alsogaray), el conservadorismo (Hardoy) el socialismo (Américo Ghioldi), la democracia cristiana (Ordoñez), el nacionalismo democrático (Gabriel del Mazo), el nacionalismo tradicionalista (Genta), así como también en el comunismo, el radicalismo y el anarquismo. Y a la vez, surgieron otras tantas corrientes filo-peronistas en el conservadorismo (Solano Lima), en el socialismo de la llamada “izquierda nacional” (Abelardo Ramos), en la democracia cristiana (Sueldo), en el nacionalismo católico (Sánchez Sorondo), en el comunismo (Gelbard), en el radicalismo (Frondizi), etc.

Analizando en cambio más las “mentalidades”, en la Argentina, podríamos decir que la conservadora (doctrinalmente tradicionalista o liberal-conservadora según los casos) se expresó en la primera mitad del siglo XIX en patriotas y grupos políticos respetuosos de nuestra tradición hispano-católica, como Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, San Martín, Artigas, el Padre Castañeda y el Partido Federal “apostólico” (Ezcurra, Anchorena, Pinedo, Arana) , mientras que la progresista (en lo doctrinal, liberal-iluminista, socialista o nacional-estatista) fue defendida por Mariano Moreno, Juan José Castelli y Monteagudo, el Partido Unitario (Rivadavia, Del Carril), el Partido Federal “cismático” (Balcarce, Olazábal, Agrelo) y la Asociación de Mayo (Echeverría). Con la sanción de la Constitución de 1853 se reconocieron algunos valores tradicionales (Dios como fuente de toda razón y justicia, la tradición católica argentina, el federalismo, el Ejecutivo fuerte o presidencialismo,  los derechos y deberes naturales de la persona, la moral pública) junto a otros de raigambre iluminista y aún extranjerizantes (capitalismo liberal, individualismo jurídico, navegación internacional de los ríos argentinos, “proteccionismo” a los capitales extranjeros). Esto condicionó la posterior evolución política de la Argentina, puesto que la mentalidad conservadora fue cediendo ante la presión progresista.  Sin embargo las tendencias conservadoras como progresistas coexistieron, a veces enfrentadas y otras tantas aliadas, en las tres movimientos políticos más importantes de la Argentina moderna: el Partido Autonomista Nacional, la Unión Cívica Radical y el Movimiento Nacional Justicialista. En el autonomismo hubo figuras más propiamente conservadoras como Adolfo Alsina, Nicolás Avellaneda, Tristán Achával Rodríguez o Luis Sáenz Peña y otras de tendencia progresista como Domingo Faustino Sarmiento, Eduardo Wilde, Juárez Celman o Manuel Quintana. En el radicalismo los valores conservadores fueron encarnados por Juan M. Garro, Ricardo Caballero, Manuel Carlés o Ángel Gallardo en tanto que la corriente progresista fue representada por Leandro Alem, Marcelo T. de Alvear, Roberto M. Ortiz o José P. Tamborini. Y lo mismo pasó dentro del peronismo: la línea ortodoxa y nacionalista de Enrique Osés, Juan Queraltó o Tomás Casares debió enfrentar a la masónica y luego izquierdista de Méndez San Martín, el Alte. Tessaire y John William Cooke. En los líderes fundamentales de los mencionados movimientos políticos (Roca, Yrigoyen y Perón) coexistieron las tendencias conservadoras con las progresistas. De allí sus aciertos pero también sus grandes errores. Mutatis mutandi, lo mismo sucedió con los gobiernos cívico-militares o análogos (Uriburu, Lonardi y Onganía, conservadores, frente a Justo, Aramburu y Lanusse, progresistas).

Esto explica la acertada afirmación del gran diplomático y político argentino Don Ricardo A. Paz:

“Entre conservadores, radicales, socialistas y justicialistas hay, sin duda, distingos de estilo o modos de gobernar, pero, dentro de cada uno de esos grandes agrupamientos, también es fácil hallar entremezclados y confundidos a nacionalistas con adeptos a variadas escuelas internacionalistas, reformistas con revolucionarios, e inclusive católicos con marxistas (…) Hubo y hay doctores y caudillos en todos nuestros partidos, y los argentinos no se dividen por clases sociales, sino por banderías políticas, cual se comprueba, entre tantos otros modos de hacerlo, observando la composición peculiar de las fuerzas conservadoras, hasta hace muy poco simbiosis de la alta clase con la plebe en los suburbios de Buenos Aires, y del patrón con la peonada brava en los campos de las provincias, o también la del propio radicalismo, conglomerado de clase media, obreros y estancieros, o, en fin, la del peronismo, que, a fuerza de grande y nutrido movimiento, abarcó todos los estamentos económicos, industriales, sindicales, profesionales, etc., excluyendo tan sólo a lo principal de nuestro patriciado, probablemente por razones de táctica electoral (…) De ahí, el equívoco prestigio del nombre conservador y los esfuerzos de quienes lo llevan como inevitable patronímico familiar para cambiarlo por el del liberal, demócrata o centrista. De ahí, el desinterés de nuestros intelectuales por las concepciones conservadoras”  y el hecho de “que tampoco se haya llamado conservador, ni restaurador, un movimiento, cual el nacionalismo, que ha dado ya una gesta intelectual tan brillante, como fue otrora la del 80 en la persecución del futuro progreso de la Argentina, ahora en la indagación penetrante y apasionada por descubrir su alma profunda y destino último. Que el nacionalismo tradicionalista y católico, sin matiz alguno de izquierda, haya preferido proponer antes la revolución que la restauración, a fin de retornar a las tradiciones nacionales en cuanto tienen de perdurable, puede acaso atribuirse a la imposibilidad de restaurar lo inexistente o lo irremediablemente sepultado, mas también a una inclinación instintiva por la aventura, aneja a la juventud creadora”.

Desde la restauración de la democracia en 1983, las mentalidad predominante ha sido progresista, sea en la llamada centro-izquierda (alfonsinismo, kirchnerismo), sea en la centro-derecha (menemismo, macrismo). Sólo en los últimos años ha comenzado a tener más presencia una renovada mentalidad conservadora, sea en sectores afines al nacionalismo católico (Cristián R. Iturralde), al conservadorismo de inspiración cristiana y patriótica (Gómez Centurión) o al paleo-libertarismo (Laje- Márquez).

Como decía Hugo Wast, en un lema que podrían hacer suyos los políticos con mentalidad conservadora de distintos partidos argentinos: “Nuestros ideales son los que dan sentido a la vida cuando se vive por ellos y los que dan sentido a la muerte cuando se muere por ellos: Dios, Patria y Familia”. Valores fundacionales y necesarios para enfrentar con éxito, al decir del Gral. Don José de San Martín a los liberales progresistas que “con el pretexto de corregir abusos, trastornan en un día el estado político y religioso de sus países” y a los “desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar, no sólo el orden y la civilización sino también la propiedad, religión y familia