PARA GANAR LA BATALLA CULTURAL

Por Esteban Rojo

En mi primer artículo prometí el esbozo de una estrategia para ganar la batalla de la cultura y de la educación. Con sencilla humildad y sinceridad debo señalar que nada de lo que voy a decir es una novedad, sino que ya todo está escrito por autores que vienen hablando sobre el tema desde hace décadas, aunque con más insistencia en las últimas dos.1 Tal vez resulte un aporte la síntesis y el hecho de que tenga un tono más argentino.

  1. Rasgos de la estrategia general.

Planteamos primero algunos rasgos generales, y luego su aplicación en los distintos ámbitos que van de lo más pequeño a lo más grande, es decir, desde el ámbito personal y familiar pasando por las sociedades intermedias para llegar a la comunidad política.

  1. Una guerra sin tiempo, pero en cuatro etapas.

Como en este momento la cosmovisión inmanente ha ocupado los puestos de poder relevantes para la cuestión que nos preocupa, no sólo en nuestra comunidad política sino incluso a nivel global, tenemos que imaginarnos que se trata de una guerra subversiva, y, por lo tanto, precisa de una estrategia sin tiempo. Esto significa que no sabemos cuántos años va a llevar alcanzar la victoria y que tenemos que estar dispuestos a luchar durante el tiempo que haga falta, tal vez más allá del fin de nuestras vidas.

Creo que es importante aclarar que, aunque estamos usando términos militares, no nos referimos a realizar actos violentos. Todo lo contrario, nuestra acción tiene que ser pacífica siempre. Como expresé en mi artículo anterior, creo que todo intento de lucha armada está destinado al fracaso por las características de la época y también por las características de la lucha a la que estamos abocados. Si pretendiéramos tomar el poder para imponer una cultura desde arriba, seríamos tan modernos como aquellos a quienes queremos vencer. Por otra parte, tampoco hay que abandonar el campo político, aquellos que tienen vocación política deben luchar por fortalecer la república y para instaurar un proyecto de gobierno que tenga por objetivo el bien común y recorra los caminos adecuados para alcanzarlo.

Cuando hablo de acciones subversivas quiero decir toda acción que vuelva a poner las cosas en el orden natural, a restaurar la cultura cristiana, a restablecer los vínculos sociales y a religar a los hombres entre sí y a la sociedad con Dios, empezando por la contemplación. Porque hoy se está imponiendo la cultura del materialismo y de la muerte y nuestra posición es la de una minoría en rebelión. Ser subversivo hoy es amar la realidad y defender el orden natural, ser subversivo hoy es defender que el pasto es verde.

No sabemos cuándo llegará la victoria, pero debemos tener una firme esperanza de que llegará, una profunda fe en que Dios está de nuestra parte, y obrar siempre al impulso de una ardiente caridad.

Aunque no haya un tiempo estricto para el desarrollo de esta guerra, es posible imaginar que en cada ámbito pasará por cuatro fases que vamos a llamar “conversión”, “misión”, “resistencia” y “gloria”. Estas fases no serán aisladas y consecutivas, sino que muchas veces se solaparán las unas con las otras. La división es un poco esquemática y artificial, pero sirve para el análisis.

En la primera fase, que llamamos “conversión”, lo central es la revisión, la purificación y el cambio. En cualquiera de los círculos en que estemos trabajando -personal y familiar, sociedades intermedias o comunidad política-, veremos que el proyecto inmanente ha penetrado e influido en nuestra mirada del mundo y en nuestras obras. Por eso se impone una constante revisión de nuestras motivaciones y conductas, y una purificación por vía de la ascesis y el estudio, de acciones para desarrollar las virtudes y realizar las obras de misericordia.

La segunda fase es una de expansión. El que encuentra una fuente de agua dulce y fresca no la guarda para sí, sino que, impulsado por una expansión del alma, con alegría y cordialidad quiere compartirla con los demás. Tiene un deseo interior de que otros vivan lo que él vive, gocen con lo que él goza y amen lo que él ama. Por eso la tendencia es natural e impetuosa. Y en muchos casos será atractiva y contagiosa, aunque no sin obstáculos. Al escribir esto pienso en Clarisse, la joven que enciende en Montag el deseo de conocer la verdad de los libros en Farenheit 451.

Naturalmente, los que adhieren al proyecto mundano no tolerarán por mucho tiempo esta expansión y tratarán de impedirla, someterla o corromperla, por lo que se iniciará una etapa de resistencia. La virtud de la fortaleza será imperiosamente necesaria en esta fase. Doblegar nuestra resistencia será el primer instinto del enemigo y cuenta con recursos poderosos: la burocracia, la difamación mediática, la corrupción, la compra de voluntades, la mundanización de proyectos y, en última instancia, la violencia. La presión burocrática es muy fuerte en muchísimas actividades de la vida diaria, poniendo “palos en la rueda” a las iniciativas, frenando, provocando disgusto y cansancio. Es una aplicación del dicho popular: “varón cansado, varón domado”.2 En la vida de las instituciones educativas, es una perpetua pérdida de tiempo la cantidad de documentos que deben leerse, responderse y aplicarse. Las difamaciones mediáticas son imparables como demuestran las “fake news” que todos creen verdaderas y replican a velocidad impresionante, lo mismo que la capacidad de restringir la libertad de expresión de los señalados como “enemigos del pueblo”, como quedó en evidencia en la última campaña presidencial en los Estados Unidos, donde la censura no provino de un gobierno despótico sino de empresas privadas. Y, en última instancia, está el recurso a la violencia, como se vio en las tristes imágenes de la policía subiendo al altar para impedir las primeras comuniones en Temperley en 2021.

Sin embargo, si logramos resistir el tiempo suficiente y expandir esta cultura trascendente y vital por medio de la palabra y el ejemplo, en algún punto el enemigo caerá y alcanzaremos la gloria de la victoria. Estoy convencido de que el proyecto mundano caerá indefectiblemente, como cayó el nazismo y como cayó la Unión Soviética, porque no responde a la verdad del hombre, no es compatible con la realidad. El materialismo actual aprendió lecciones del pasado y tiene la ventaja de ser menos estructurado, más invertebrado, más como una niebla sucia y pegajosa que todo lo envuelve y todo lo impregna. Es más inasible, pero no deja de intentar estructurarse a través de organismos internacionales, ONGs, partidos políticos, movimientos sociales y corporaciones, porque es la única forma de ejercer el poder que conoce el hombre: organizarse.

Tal vez ese ser desestructurado le permita durar más tiempo y ganar más “mentes y corazones”, pero en algún punto, si no triunfamos antes, tomará una forma concreta, tal vez global, tal vez fragmentada, y ese día comenzará su declinación. Algo que hoy hace difícil combatirlo es su neblinosa inasibilidad y esos pequeños márgenes de libertad que todavía permite y le dan un aura de respetabilidad democrática. Pienso que cuando finalmente se estructure, eso cambiará: desaparecerán los márgenes de libertad, el despotismo se quitará la máscara y aparecerá en su rostro más inhumano.

Mientras tanto, en vez de dar trompadas en el aire, como viejos boxeadores borrachos, debemos enfocarnos en el campo de batalla real, “las mentes y los corazones” de los hombres, especialmente los niños y jóvenes.

  1. Familias y amistades por sobre todo son las unidades básicas de combate.

Los primeros y principales educadores son los padres. Esto no es sólo el enunciado de una serie de derechos y obligaciones que surgen del vínculo entre padres e hijos; es una profunda e ineludible realidad psicológica. Los padres, para bien o para mal, son la principal influencia sobre sus hijos. Esta es una verdad que los promotores del proyecto mundano tienen clarísima, y que muchos de nosotros hemos perdido de vista. Si queremos triunfar en esta guerra, debemos recuperar el sentido de la verdadera paternidad y maternidad, debemos recuperar el sentido de la misión que tenemos de educar bien a nuestros hijos y dejar de lado cosas menos importantes que nos tienen encandilados. “Los hijos de la juventud son saetas en las manos de un guerrero, no será derrotado en la puerta de la ciudad quien con ellos llene su aljaba” dice el salmista. La familia cristiana, la familia unida, es la célula básica de la sociedad. La vida social y cultural depende de la vida familiar como un edificio de sus cimientos.

Junto con la familia, la otra unidad fundamental de lucha es el grupo de amistades. Así como la familia es un proyecto de vida en común, la amistad une a personas con comunión de cosmovisión, valores, actividades y gustos. Muchas pequeñas y grandes obras de todo tipo han surgido a lo largo de la historia de esta sociedad que Cristo puso como modelo de relación entre él y nosotros. Pienso, por ejemplo, en la resistencia cultural que llevaron a cabo Karol Vojtila y sus amigos por medio del Teatro Rapsódico durante la ocupación nazi de Cracovia y los grupos de jóvenes que formaron el srodowisko durante el gobierno comunista.

¿Por qué afirmo que son estas las unidades básicas de combate? Porque la potencia del enemigo y la sordidez del mundo que se va imponiendo son prácticamente imposibles de resistir en solitario. Las relaciones familiares y de amistad producen los vínculos profundos y fuertes, la lealtad y la camaradería necesarios para resistir. El amor familiar y de amistad dan sentido a la lucha y disponen al sacrificio y al sufrimiento. Este mismo amor provee de paciencia frente a las diferencias y defectos y fortalece la capacidad de perdonar. Creo que Tolkien, a raíz de su experiencia en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, tuvo una intuición muy profunda sobre este tema, que reflejó en la dependencia de los lazos familiares y de amistad de los hobbits para el triunfo sobre Mordor.

Podemos deducir de esto que todo esfuerzo para fortalecer el matrimonio y la familia es una acción de lucha en favor de nuestra causa; que generar grupos de niños y jóvenes con fines culturales, deportivos, religiosos, para jugar, debatir películas, rezar, misionar o hacer obras de caridad, en los que puedan surgir amistades genuinas, noviazgos y matrimonios, son acciones de lucha en favor de nuestra causa; generar instituciones educativas, clubes, empresas económicas donde se promuevan la vida familiar y la amistad, son todas acciones de lucha en favor de nuestra causa.

  1. Cada uno en su lugar con lo que puede.

Una tentación muy humana, a veces una desviación de la magnanimidad propia de los jóvenes, es la de imaginar la conducción de un gran movimiento de masas desde una posición de liderazgo carismático hacia un triunfo espectacular luego de gloriosas batallas. En términos tolkienianos, es más inspirador imaginarse como el rey Theoden de Rohan espada en mano, rodeado de un ejército de valientes lanzándose a la batalla de los campos de Pelenor al son de innumerables cuernos, que identificarse con el desgastado, hambriento y solitario Sam llevando sobre sus espaldas a Frodo en el desierto de Mordor.

El primer problema para que la imagen más inspiradora se haga realidad es que esa masa hoy no existe. No porque no haya muchas personas que siguen adhiriendo a una mirada trascendente, amando a su Patria y deseando una sociedad moralmente sana; las hay. Pero no conforman un todo, no están vinculadas entre sí ni adhieren a un movimiento o liderazgo. El segundo problema es si hay alguna persona con el talento, la prudencia, la sabiduría, el coraje, la fortaleza y el carisma para ocupar ese lugar.

La tarea de hoy consiste, en mi opinión, en ir generando esa masa crítica por agregación de familias, grupos y sociedades intermedias que adhieran firmemente a una cosmovisión trascendente y que, vencido el individualismo, sean capaces de sumarse, aceptando la riqueza de la variedad y las diferencias que hay en toda sociedad sana, a un proyecto común por medio de una cultura común. De esto se deduce que un riesgo relevante, además del egoísmo, es la estrechez de miras que lleva a juzgar que “nuestro modo de hacer las cosas” es “el modo de hacer las cosas” o incluso “el único modo de hacer las cosas”.

Si la misión es ir generando esa masa crítica, entonces cada uno, con gran humildad y generosidad, debe examinar cuáles son sus fuerzas y posibilidades, para obrar.3 Si la realidad reclama concentrar la atención en la formación personal, hacerlo; si en la educación de los hijos, hacerlo; si en la participación de grupos de estudio o de obras de caridad, en la organización de instituciones sociales, de empresas económicas o de gremios profesionales, hacerlo; si en la construcción de un movimiento político que promueva nuestra cosmovisión, hacerlo. Una parte de la humildad y de la generosidad puede consistir en renunciar a la idea de hacerlo todo uno por sí mismo y desde cero, y sumarse al esfuerzo que ya vienen realizando otros. Ser un buen seguidor puede ser un gran acto de liderazgo.

  1. Círculos concéntricos.

Como proponía al comienzo, las cuatro etapas deben realizarse a distintos niveles, como en una serie de círculos concéntricos que van de los personal y familiar a la comunidad política pasando por las instituciones intermedias que conforman el entramado social.

  1. Círculo personal, familia y amigos.

En este nivel, la quididad consiste en reconocer la existencia de un Dios creador del mundo. De ello se desprenden innumerables consecuencias intelectuales y morales. Las más importantes para lo que estamos tratando son:

  1. El reconocimiento de un orden natural que el hombre puede conocer y debe respetar.
  2. El descubrimiento de una dignidad particular del hombre en la creación, que lo pone por encima de los demás seres naturales.
  3. El gozo de saberse amado por el creador y la gratitud por poder cooperar en la creación, capacidad que es, a la vez, poder y responsabilidad.
  4. La generosidad para reconocer una sociabilidad natural en el hombre por la que toda la vida se recibe y se da.
  5. La humilde aceptación de que la cultura debe reconocer ese orden natural y hacer más fácil su perfección.
  6. El esfuerzo por educar ordenado a esa cultura.

Esta conversión a Dios implica una revisión de la propia vida. Debe llevar a comprometerse con un proyecto de vida y un estilo de vida congruentes con los postulados anteriores. Se vuelve necesario revisar hábitos, motivaciones, deseos y relaciones a la luz de estos principios. Lo mismo aplica a la educación que los padres están dando a sus hijos, debe ponerse bajo el foco de estos principios para eliminar desviaciones y evitar resultados no deseados.

Para muchos eso puede resultar un gran desafío, ya que pueden sentir que no tienen lo necesario -que no lo recibieron en su educación por fallas propias o de las generaciones anteriores-, y es verdad que no se puede dar lo que no se tiene. Pero la solución no es tan compleja como parece, se trata de iniciar un camino de autoformación. Esto puede hacerse solo o acompañado, y hay muchísimos buenos lugares donde comenzar. Y también hay múltiples caminos para elegir. Puede uno concentrarse en la Biblia y los Santos Padres, puede otro comenzar por los buenos y grandes libros de la Cultura Occidental, puede un tercero enfocarse en la contemplación del mundo natural, la belleza de los mares y las montañas. La caligrafía, las bellas artes, la danza y muchos otros pueden ser buenos primeros pasos en el camino también.

La formación es un trabajo hacia adentro, un cultivo de la interioridad, pero no puede la persona dejar de obrar hacia afuera también esperando a estar formada. La formación es un camino que sigue y sigue porque la verdad es inagotable. Quien comienza un camino de autoformación, comienza una transformación. Si tiene hijos, esa transformación impregnará la educación. Habrá una mayor atención a lo que los hijos aprenden, a lo que ven y lo que leen, una decisión de ponerlos en contacto con lo bueno, lo bello y lo verdadero. Creo que lo más importante en este aspecto es inculcar en los niños y jóvenes un profundo amor a la verdad como adecuación de la inteligencia a la realidad y el hábito moral bien arraigado de decir la verdad. Estas serán las principales defensas contra el escepticismo y el relativismo y contra la ambición de poder a cualquier precio que son característicos del proyecto inmanente. Un profundo amor por el bien, la verdad y la belleza es la mejor defensa natural contra la colonización cultural de nuestros hijos.

Un punto no menor para las familias es el de la elección de la escuela a la que mandar a los hijos. La escuela es una institución cuasi natural que, bien gobernada y orientada, produce grandes beneficios a los niños y sus familias. Sin embargo, en la situación actual, muchos padres se encuentran con la dificultad de no encontrar una que sea afín a su cosmovisión o de no poder pagarla. Esto explica en parte el crecimiento de la educación hogareña que aparece como una verdadera y muy buena opción.

Un grupo de amigos, más allá de las diferencias que pueda haber, que comparta esta mirada es esencial para sostenernos en este proceso. Los vínculos confirman y facilitan los desarrollos, y también apuntalan en las flaquezas. Ayuda a combatir la sensación de que uno es un “bicho raro” -que incluye tentaciones de desesperanza y de soberbia-, y puede brindar un grupo de pertenencia a los hijos.

Para los que somos católicos, añado que la vida en gracia por la frecuencia sacramental, la participación litúrgica y la oración son cimientos ineludibles y fuentes de conversión y transformación de la vida

  1. Sociedades pequeñas. Convertir las instituciones a Dios, ponerlo en el centro. ¿Qué lugares son los fundamentales?

Casi todas las personas adultas, en mayor o en menor grado, participamos de distintas y muy variadas instituciones sociales, e incluso contribuimos a su creación. Pueden ser iglesias, clubes, empresas económicas, gremios, instituciones educativas, fundaciones, etcétera al infinito. Estas instituciones conforman el entramado social entre las familias y el gobierno, y su existencia, desarrollo y vitalidad son fundamentales para el bien común. Si vemos a las familias como las células de la sociedad, podemos apreciar a estas sociedades como los órganos de la sociedad en que vivimos.

Peter Maurin consideraba que era necesario trabajar por una sociedad que haga fácil a los hombres ser buenos. Más allá de los fines particulares de cada sociedad intermedia, todas debieran contribuir a una sociedad que haga fácil a los hombres ser buenos. Para ello, deben pasar por la fase de conversión y poner a Dios en el centro, si no lo han hecho todavía, adoptando valores, conductas y hábitos institucionales conformes con esta cosmovisión. Quienes en su vida personal hayan pasado por esa etapa, naturalmente tenderán a dirigir las sociedades de las que ya participan o las nuevas que creen en esa dirección. A menos que consideren que deben ser una persona en casa y otra en la vida pública. Este es un problema no menor, el de la integridad de vida, porque tendemos a estar divididos en compartimentos estancos e incomunicados, algo que fomenta la cultura inmanente para impedir que lo trascendente se introduzca en lo público.

Las sociedades intermedias deben ayudar a las personas a ser virtuosas, promoviendo siempre la justicia, la honestidad, la generosidad y todas las demás virtudes que sean más afines a las características de cada una de ellas.

En este círculo, las instituciones que cobran mayor importancia son las que transmiten la cultura: las instituciones educativas, los medios de comunicación masiva y los centros de producción de bienes culturales, particularmente los audiovisuales.

Con respecto a las instituciones educativas, teniendo en cuenta que una proporción importante de los argentinos pasa por escuelas primarias y secundarias católicas, debemos empezar por reconocer un gran fracaso, un fracaso rotundo. Quienes lideramos esas instituciones debemos preguntarnos con franqueza y persistencia por qué hemos fracasado hasta descubrir las causas verdaderas; debemos trabajar con denuedo para cambiar y dar el fruto que se espera de nosotros. Tenemos que revisar en qué medida -tanto con nuestros contenidos como con nuestros métodos y nuestro ejemplo de vida-, educamos las mentes y los corazones en una cultura de la vida y la trascendencia con Dios en el centro, y en qué medida hemos sido penetrados por la cultura de la inmanencia, del relativismo, del materialismo y de la muerte, particularmente por el progresismo cultural.

Cobra gran relevancia la preocupación por la formación de los formadores. El rol que tienen los padres en la familia, analógicamente lo tienen los maestros y profesores en la escuela, el terciario y la universidad. Hay una gran responsabilidad de los directores en su selección. Y hay una necesidad grande de crear centros que preparen maestros y profesores que tengan y transmitan la cosmovisión trascendente, y de recuperar los que ya existen pero han perdido el rumbo.

No conozco en profundidad el mundo de los medios de comunicación masiva ni el de los centros de producción de bienes culturales, pero es evidente que la mayor parte responden a una cosmovisión inmanente y progresista. Muchos de ellos hoy están abocados a la instauración de la nueva cultura feminista y homolátrica, del relativismo y el escepticismo por la destrucción de los tipos heroicos y los modelos naturales, y, particularmente, de la desesperanza. En este campo la globalización es completa: en el pasado los argentinos veían como máximo cuatro canales con muchos programas de manufactura nacional, hoy el acceso a plataformas de contenidos extranjeros ocupa el centro de la escena y este es un camino que va a seguir profundizándose. Aquí también hay una gran tarea para hacer porque tienen una influencia inmensa en los corazones de los niños y jóvenes. Se puede buscar modelos fructíferos -como puede ser EWTN o la producción de películas cristianas evangélicas- e imitarlos o asociarse a ellos. Este es hoy un campo de batalla donde la cosmovisión inmanente ha copado el terreno elevado y desde el cual tiene una influencia tremenda sobre las pasiones de los hombres, y a través de las pasiones sobre sus inteligencias y voluntades.

Estos y otros esfuerzos merecen el mecenazgo que las artes necesitan para florecer y dar frutos. Y este es un nudo gordiano que cortar. Los argentinos, en general, no estamos acostumbrados a dar dinero para apoyar la buena educación y la buena cultura. Es cierto que el estado se lleva una parte no menor de nuestros ingresos, pero el estado no va a destinarlo a quienes nosotros queremos, más bien todo lo contrario. También es cierto que con solidaridad asistimos a los pobres, lo cual es justo y bueno. Pero si no hacemos también un esfuerzo económico por la cultura y la educación entonces no podemos esperar demasiado.

Aunque el número de personas que lee con frecuencia es mucho menor que el de las que sigue los medios de comunicación masiva, no se puede descuidar la lucha en este campo tampoco, ya que, en general, los que leen siguen formando parte de la elite cultural. Los grandes sellos editoriales se guían por fines fundamentalmente crematísticos y publican todo aquello que vende, en lo que se mezcla lo bueno y lo malo desapasionadamente. El esfuerzo de pequeñas y aguerridas editoriales que luchan por publicar lo bueno, bello y verdadero es notable y también merece reconocimiento y apoyo.

Por último, hay una gran cantidad de maneras más informales de influir en la cultura y la educación a los cuales hay que atender. Muchos descubrieron ya las posibilidades que brinda Internet para generar plataformas de contenidos que incluso pueden ser buen negocio para quienes se toman el trabajo de hacerlo con calidad.

  1. Política. ¿Qué cambios relevantes hay que lograr?

Algunos se entusiasman hoy con la posibilidad de que se genere en Argentina un movimiento político como el que llevó a Bolsonaro al poder en Brasil, o que crezca como VOX en España. Dudo mucho que eso sea cierto, como escribí más arriba. Sin embargo, es bueno reflexionar sobre lo que habría que hacer en caso de que se produjera la llegada al poder de un gobierno afín a nuestra mirada y decidido a cambiar las cosas. Aquí propongo algunas grandes líneas en relación con los temas que nos interesan.

Pienso que un aspecto central de la conversión en este nivel es abandonar la idolatría del estado, tanto los que gobiernan como los gobernados. El estado ocupa hoy el lugar de la divina providencia, pero carece de sus atributos: no es perfecto, ni omnipresente, ni omnisciente ni todopoderoso. Ni siquiera es necesariamente bueno, ya que depende de las personas que ocupan los cargos políticos y de función pública. Y todos sabemos, porque lo vivimos en carne propia, que muchísimas veces se equivoca. Los gobiernos cumplen la función de dirección del país con todos los límites de cualquier empresa humana. La cura al estatismo, en que el individuo es un dependiente del estado, es la comunidad. Junto con la abolición del estatismo el gobierno debe promover la vida en comunidad, rescatando los sentimientos de buena vecindad y responsabilidad social.

Con respecto a la educación, el principal cambio sería liberarla del control del estado. Esta anomalía histórica surgió de una noble intención, la de alfabetizar masivamente a la población, y se corrompió para convertirse en un medio de ideologización. El estado debe dejar en paz a la escuela privada y cumplir una función subsidiaria donde ésta no llegue -ya sea geográfica o socioeconómicamente. Esta función subsidiaria debe llevarla a cabo en escala municipal, con control y participación de las familias. Y en las escuelas públicas debe dejar de enseñar ideología y enseñar artes liberales. Sería muy bueno que realizara un control serio y público del nivel alcanzado por los alumnos en comprensión lectora, comunicación oral y escrita, pensamiento lógico, resolución de problemas y cálculo matemático.

Seguramente para muchos estas ideas parezcan muy discutibles e incluso desatinadas. No me cabe duda de que algunos preferirían usar el poder del estado para controlar las escuelas y que enseñen un programa determinado afín a nuestra mirada del mundo. Es una discusión interesante si el problema es el control del estado en si mismo o las ideas que pretende imponer. Mi opinión es que las dos cosas son parte del problema, que los primeros y principales educadores son los padres y que, por lo tanto, a ellos corresponde la elección y el control de las escuelas a las que mandan a sus hijos, y no al estado.

Un breve párrafo para la cultura. Con su ejemplo, los gobernantes deberían promover la piedad, para que Dios sea el centro de nuestra vida como nación, así como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la moderación. Es urgente desmontar todo el aparato que promueve la cultura de la muerte, las leyes de aborto y eutanasia (me adelanto en el tiempo pero sabiendo que se viene pronto), así como las que promueven la promiscuidad sexual. En cuanto a los bienes culturales, el estado debería principalmente dejar de fomentar y sostener económicamente todo lo que es feo, disruptivo, materialista, ateo, ideologizante, pornográfico y pansexualista. En cambio, debería promover lo bueno, bello y verdadero, nuestras tradiciones, lo más eximio de la cultura occidental y la investigación científica. Sin pretender abarcarlo todo, debería fomentar la actividad cultural en el ámbito pequeño, familiar y municipal, para que las personas y las instituciones intermedias puedan recuperar, reproducir y recrear la cultura como forma de la inteligencia ordenada al buen vivir.

Esta combinación de familia, buena escuela y buena cultura dará lugar a los hombres buenos y la buena sociedad que queremos alcanzar.

Por supuesto que un gobierno que decidiera obrar así encontraría grandes enemigos internos y externos. Enemigos que impondrán una resistencia al cambio en general en primer lugar, porque hay una fuerte mentalidad estatista metida en la mente de los argentinos y “más estado” es el lema da casi todos. Resistencia de los intereses creados, ya que el estado desembolsa inmensas cantidades de dinero todo el tiempo para sostener el sistema educativo y la cultura como se encuentran ahora. Resistencias ideológicas, ya que hay grupos relevantes, tanto internos como externos, que consideran que lo que el estado hace y promueve hoy es lo que debe hacer y promover y, sin importar que el resultado sea malo, quieren más de lo mismo, como si de la desertificación del desierto fuera a surgir un vergel. Una de las tareas importantes y urgentes de ese imaginario gobierno sería quitar el poder a los guardianes del estatismo cultural y educativo la más rápida y definitivamente posible, o nada se logrará. Toda fortaleza es difícil de tomar por asalto, y esta ciertamente está bien construida, pero ninguna es inexpugnable.

  1. ¿Cómo sabremos que hemos ganado?

Si una buena sociedad es aquella que hace fácil al hombre ser virtuoso, entonces sabremos que hemos ganado cuando eso suceda, cuando sea más fácil ser honesto que deshonesto, justo que injusto, generoso que egoísta, fiel que traidor, casto que lujurioso. Nadie es tan zonzo para suponer que puede haber una sociedad en este mundo en la que no haya vicios ni delitos. Vienen incluidos como posibilidad en el “combo” de la libertad humana, pero vale la pena luchar por una sociedad mejor cuando muchos se esfuerzan por lograr una sociedad peor.

Dijimos al comienzo que se trata de una guerra sin tiempo y que tal vez el triunfo se encuentre más allá del término de nuestras propias vidas. Sin embargo, vale la pena imaginar una sociedad cristiana. Es una de las lecciones más hermosas de “La cabaña del Tío Tom”: es necesario imaginar la Vida al otro lado del Jordán para conservar la esperanza. Tal vez mi imaginación no sea demasiado florida, pero yo me lo represento como un pueblo sencillo y tranquilo, sin miedo, donde las personas se saludan por la calle, el que necesita ayuda la encuentra fácilmente y los chicos van en bicicleta a todas partes.

1 Véase, por ejemplo: Christopher Dawson “La crisis de la educación Occidental”; Mons. Héctor Aguer, “La educación en clave católica”; C. S. Lewis “La abolición del hombre” (especialmente pertinente para estos tiempos de proyecto transhumanista); Alberto Caturelli “La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy”; F. James Schall “Another sort of learning”; John Senior “La restauración de la cultura occidental”; Peter Kreeft “Cómo ganar la guerra cultural”; Rod Dreher “The Benedictine Option”; Anthony Esolen “Out of the Ashes, Rebuilding American Culture”; Rafael Breide Obeid “Imagen y palabra”, y muchos ensayos del P. Leonardo Castellani.

2Dos excelentes referencias populares a este tema se encuentran en una de las primeras escenas de “Los increíbles” -en este caso la burocracia al servicio de una empresa privada que la usa para no cumplir con sus obligaciones-, y en “Astérix y las 12 pruebas”, cuando el héroe casi pierde la cordura tratando de obtener un sello en una ventanilla para el cual necesita otro sello que se obtiene en otra y así ad infinitum.

3 Pienso que la lectura aplicada de “Los siete hábitos de las personas altamente efectivas”, de Steven Covey será de gran utilidad para cualquier persona que desee andar por este camino.