Reflexiones sobre el conservadorismo anglosajón

Publicado por Fernando Romero Moreno en Prensa Republicana

Los hispanoparlantes estamos orgullosos de nuestra tradición católica, de nuestra cultura, de nuestro idioma como también de nuestros pensadores, escritores y artistas. Pero, salvo excepciones, no hemos podido traducir eso en un proyecto político estable después de las revoluciones del siglo XIX. Y no toda la culpa la tienen los enemigos externos o internos, aunque el rechazo de los valores e instituciones políticas hispano- indianas expliquen gran parte de estos problemas. Parece cierto, sin embargo, que en estas dificultades algo hay de nuestros propios defectos. Aquí es donde, con menos ortodoxia religiosa pero mayor seriedad, podemos aprender algo de lo conseguido por los conservadores norteamericanos.

Sin entrar ahora en detalle acerca de la historia de los EE.UU, podemos afirmar que desde los años 50 a la fecha (tal vez con la influencia previa de America First [1] y de la Liga por la Decencia [2]) se ha ido fortaleciendo una tradición política que, en poco tiempo, dio frutos visibles para toda la sociedad norteamericana: pensadores, escritores, artistas, publicaciones, instituciones, universidades, políticos y ya desde 1980, el condicionamiento de la agenda electoral en temas como la importancia de la religión en la vida pública, la defensa de la vida humana inocente y la familia tradicional, la libertad de enseñanza, la educación en el hogar, el patriotismo, la importancia de las sociedades intermedias, la oposición al progresismo y la crítica a la agenda globalista de la ONU.

Como decíamos, no es una corriente del todo ortodoxa desde la Fe[3], como tampoco lo fueron los fascismos (el otro movimiento heterodoxo de oposición al Nuevo Orden Mundial masónico, derrotado en 1945). Pero a pesar de esto, ha permitido ir frenando ciertos males y alcanzar algunos bienes. El centro de esta corriente lo formaron siempre conservadores “burkeanos” (en la línea de Richard Weaver y Russell Kirk) y liberales clásicos “tocquevillianos” (al modo de Röpke y Hayek), enemigos todos de los comunistas, los “liberals” y el totalitarismo en general. La mayoría estuvo nucleada durante muchos años alrededor de la célebre revista National Review, de William Buckley Jr. y no pocos comenzaron a influir dentro del Partido Republicano, a partir de la candidatura de Barry Goldwater en 1964.

En la segunda mitad de la década del 60, dos grupos antagónicos se apartaron de ese intento de “fusión” (la expresión es de Frank Meyer), por considerarla imposible: un sector de los tradicionalistas católicos (Frederick Wilhelmsen, L. Brent Bozzel y Thomas Molnar) y los libertarios individualistas o anarco- capitalistas (Murray Rothbard y David Friedman)[4]. Fue también en ese tiempo que apareció el “neoconservadorismo” de Irving Kristol y Norman Podhoretz, sobre todo a partir de ex trotskystas y “liberals” devenidos en políticos de una “falsa derecha”, defensores de un rol activo de los EE.UU en la expansión de la democracia global, del “american way of life” y de la alianza con el Estado de Israel [5].

Tal facción se vinculó a la agenda globalista, estableciendo vínculos con entidades que nada tenían de conservadoras [6]. Eso partió al medio al conservadorismo norteamericano, sobre todo después del gobierno de Ronald Reagan y de la Caída del Muro de Berlín, prevaleciendo los “neocon”, situación que llevó, entre otras razones, a que Pat Buchanan (político católico y paleoconservador) escribiera su famoso libro: EE.UU: una república, no un imperio [7].

Pero más allá de estos desencuentros, el esfuerzo metódico y sostenido a lo largo del tiempo, permitió alcanzar algunos objetivos. Publicaciones como Modern Age, Chronicles Magazine, The American Conservative, centros educativos como Thomas Aquinas College o Christendom College, organizaciones como The Rockford Institute, el fuerte movimiento pro- vida y pro-familia, la difusión cada vez mayor del homeschooling y encuentros como la Conservative Political Action Conference (CPAC), son sólo algunos ejemplos de lo que decimos.

¿A qué se debe la fuerza y el influjo que parece tener esta corriente? Tal vez a la cultura del trabajo y a una sana preocupación por el progreso material, indisolublemente unidos a valores religiosos, patrióticos y familiares típicamente norteamericanos, que ya fueran alabados hace casi un siglo por Ramiro de Maeztu en su clásico El sentido reverencial del dinero[8]. O también a que la Revolución Norteamericana de 1776 y la Constitución de 1787, si bien influenciadas por la Ilustración, tuvo ciertos aspectos conservadores: el principio monárquico en el Ejecutivo Fuerte, el aristocrático en el Senado y la Corte Suprema de Justicia, el democrático en la Cámara de Diputados, la noción de un Dios Creador en la Declaración de la Independencia (no el deísmo que muchas veces se ha criticado), la tradición del gobierno local, el common law de raíz católica, la elección indirecta y el Colegio Electoral, las prevenciones contra la democracia de masas, el respeto por la religión, un capitalismo moderado por cierta protección industrial (Hamilton)[9], la libertad de asociación, etc [10].

De todos modos el “modelo norteamericano” no dejó de tener sus heterodoxias. Errores respecto de los derechos humanos (en especial el derecho a la libertad religiosa interpretado como indiferentismo público), la ausencia de una única verdad como núcleo teologal del bien común (lo que implica no concebir la posibilidad y necesidad a futuro de un Estado confesional) y un concepto de igualdad que a la larga ha prevalecido sobre la justicia y la libertad [11]. A todo lo cual hay que sumarle problemas anteriores (el genocidio indígena, la esclavitud y el democratismo de origen calvinista) como posteriores (la doctrina del Destino Manifiesto, el imperialismo, la “moral del éxito”, el individualismo del “self made man”, el centralismo posterior a la Guerra de Secesión, la tendencia a la codificación jurídica en ciertos estados, el intervencionismo wilsoniano, el consecuencialismo moral, así como la explícita alianza con el sionismo y el Estado de Israel), cuestiones que han originado fuertes polémicas entre tradicionalistas, paleoconservadores, libertarios y neoconservadores.

Pero retomando el costado virtuoso de los EE.UU y a propósito de una conferencia de Thomas Wood, Jack Tollers ha dado una opinión que vale la pena conocer: “Recientemente, el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, protestó contra lo que dan en llamar ´el excepcionalismo´ yanqui. Como si dijéramos que están por encima de las reglas generales (…), que son un país enteramente distinto, mejor que los demás. A veces, Castellani decía exactamente eso, cuando se refería (sin ironía) al ´Gran País del Norte´. Y eso lo deducía de su literatura, que, en verdad, también es excepcionalmente buena. Pero aquí quiero señalar otra cosa de los yanquis (a los que también hay que criticar, por innumerables razones, aunque no aquí): en los tiempos que corren cuentan con el catolicismo más vigoroso, ortodoxo, serio, decoroso, inteligente, que conozco. Tienen un par de cardenales que ya querríamos nosotros tener, como Burke. Publicaciones que aquí no hay una sola que se le compare (The Remnant, New Oxford Review, First Things, inclusive). Escritores religiosos increíbles (Peter Kreeft, Thomas Howard, Sheldon Vanauken, Scott Hahn, y muchos, muchísimos más). Tienen seminarios como la gente, parroquias de vida activa, devota, bibliotecas, cursos y escuelas de verano…” [12].

Ahora bien: lo que llama la atención es cómo y por qué, con 500 años de tradición protestante los norteamericanos y con 500 años de tradición católica nosotros, ellos hayan podido hacer esta Revolución Conservadora mientras que nosotros no. Algo tiene que ver, por cierto, el puritanismo calvinista (lo reconocía en parte Castellani, al decir que es mejor una moral errónea que se vive a una moral verdadera que no se vive), aunque en todo lo que nombramos, hay también una gran influencia católica ortodoxa, no necesariamente afectada por el condenado americanismo teológico ni por el modernismo religioso. Pero hay algo más y nos parece que es aquello a lo que se refería Ramiro de Maeztu. Por eso y si queremos influir en serio en la vida política, algo tenemos que cambiar. No tanto en el modo de pensar pues sí podemos estar orgullosos de muchos de nuestros políticos, escritores, artistas e intelectuales. Pero sí en el modo de estudiar, debatir, trabajar, planificar, armar equipos, comprometernos con el bien común y comunicar nuestras ideas, así como también el ejercicio de un sano diálogo (no “dialoguismo” relativista) entre tradicionalistas, conservadores y liberales clásicos. Y hay que empezar ya, porque el progresismo de derecha o de izquierda (incluyendo el “católico”), de alcance global y pretensiones totalitarias, no se detendrá si nos quedamos en una actitud pasiva. Teniendo en cuenta de mínima lo que enseñaba el cura Castellani: No se nos pide vencer pero sí no ser vencidos. A menos que antes llegue la Parusía (como conjeturaron con seriedad Newman, Soloviev, Benson, San Pío X, Pieper y el mismo Castellani). Pero ese es tema para otra ocasión.

NOTAS:

[1] https://www.theamericanconservative.com/articles/what-was-america-first/

[2] Jones, E. Michael, Francisco y el fin de las guerras culturales, Editorial Santiago Apóstol, Buenos Aires, 2017, págs.110-112

[3] Para una crítica interesante, aunque no del todo justa en nuestra opinión, cfr. Calderón Bouchet, Rubén, El conservadorismo anglosajón, Ediciones Vórtice, Buenos Aires, 2014.

[4] Nash, George H, La rebelión conservadora en Estados Unidos, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1987 y Ashford, Nigel- Davies, Stephen (dir.), Diccionario del pensamiento conservador y liberal, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1992.

[5] Para un mejor conocimiento de las diferencias entre paleoconservadores y neoconservadores, cfr. Rockwell, Llewellyn H., Realineamiento en la derecha, Revista Verbo (Argentina), n° 338-339, AÑO XXXV, , Nov-Dic, 1993.

[6]https://web.archive.org/web/20061114090903/http://www.thenewamerican.com/tna/1996/vo12no16/vo12no16_invasion.htm

[7] https://buchanan.org/blog/republic-not-empire-full-leather-bound-edition-signed-pat-buchanan

[8] De Maeztu, Ramiro, El sentido reverencial del dinero, Ediciones Encuentro, 2013.

[9] Sobre Hamilton, cfr. Gullo, Marcelo, La insubordinación fundante, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2008.

[10] Zanotti, Gabriel J., Judeocristianismo, civilización occidental y libertad, Biblioteca Instituto Acton, Buenos Aires, 2018, págs..102-107 y Castellani, Leonardo, Revista Jauja N° 5, Directorial, Mayo de 1967.

[11] Molnar, Thomas Steven, El modelo desfigurado. De Tocqueville a nuestros días, Fondo de Cultura Económica, 1980.

[12] Tollers, Jack, http://caminante-wanderer.blogspot.com/2013/09/