APRENDER ES NATURAL, LA ESCUELA ES OPTATIVA

Por Esteban Rojo

Por supuesto que este título no refleja la realidad argentina. En Argentina estudiar es obligatorio en la escuela pública desde sala de cinco años hasta el último del secundario, trece años en total. En cambio, aprender se parece muchas veces a una carrera de obstáculos que una buena parte de los niños argentinos no es capaz de sortear. Más allá del resultado educativo real en los alumnos que logran terminar los trece años -sobre el cual podría discutirse largo y tendido-, hay un número bastante grande que nunca llega a la meta.1

Según los datos del portal Argentinos por la Educación2, la tasa interanual de abandono escolar (TIAE) disminuyó entre 2011 y 2018:



Total del PaísSecundariaPrimaria
2011Matrícula10.641.9713.731.2084.620.306
TIAE %1,53,80.4
Caídos159.62989.54818.481
2018Matrícula11.454.0174.096.7574.557.986
TIAE %0,962,40,24
Caídos109.95898.32210.939

Es decir que, en la situación prepandemia, la tendencia era a una disminución de la tasa de abandono. Sin embargo, creo que hay que mirar un poco más estos datos. Como todos saben, el gran problema del abandono está en secundaria. En ese caso, en términos absolutos, la cantidad de jóvenes que abandonó la escuela aumentó. Que casi cien mil alumnos cada año dejan de educarse es un problema relevante. Otra cuestión que llama la atención es que la matrícula en primaria haya disminuido en un país para el que se proyectaba un crecimiento de casi cinco millones de habitantes en ese período. ¿Hay menos niños en edad de asistir a la escuela primaria o hay más niños que no se matriculan y no comienzan su educación?

Otras fuentes plantean cifras mucho peores. Narodowski, apoyándose en datos del DINIECE, afirma que uno de cada dos alumnos del Nivel Medio abandona la escuela.3 El mismo autor, en una entrevista brindada a La Nación, afirmó este año que en 2019 la tasa de abandono fue del 3%.4

Llegó 2020 con la pandemia de coronavirus y el problema se multiplicó. Según un referente de FLACSO, Agustín Claus, un millón y medio de alumnos abandonaron la escuela entre los tres niveles. Para el ex-ministro Nicolás Trotta el número fue de casi un millón, de los que se recuperaron trescientos setena y seis mil. Narodowski sostiene que la tasa pasó a un mínimo de 7,5% y un máximo del 15%. Por supuesto que estos números son todas especulaciones y nadie sabe el número real de la debacle.5

En resumen, este asunto de la tasa de abandono escolar parecía ir mejorando en términos de porcentaje de alumnos que permanecían en la escuela, aunque en términos reales el problema seguía siendo muy grande. Con la pandemia el problema se potenció. Este es una sola de las muchas dificultades que tiene el sistema educativo argentino. Otras tienen la misma o mayor gravedad, como la ideologización de una buena parte del profesorado que se dedica más a cultivar futuros cuadros políticos que a educar, lo que se puso en evidencia hace unos días. Pero este es el problema que nos ocupa ahora y queremos presentar una alternativa.

Estudio Autodirigido (SDL)

El título de nuestro artículo es el lema de un conjunto de instituciones estadounidenses agrupadas bajo el paraguas Liberated Learners6 (Aprendices Liberados). Tomé conocimiento de su existencia a través de un libro de Ken Robinson7 quien refiere la experiencia de Northstar8 dirigida por Ken Danford. Investigué un poco en sus páginas web y luego participé de un webinario en el que presentan su modelo educativo, gozando de unos minutos de entrevista en particular con otro de los fundadores, Joel Hammon, un hombre carismático y con una gran pasión por educar a los jóvenes.

Los chicos que llegan a estas instituciones se encuentran con un adulto que les pregunta qué les interesaría aprender. No hay un programa fijo, no hay materias obligatorias. Hay un tutor que se ocupa da conocer personalmente al joven, de construir una relación personal con él, de ayudarlo a descubrir sus intereses y talentos y de guiarlo para que los cultive. Si el sistema argentino es rígido y se parece a una cadena de montaje donde las piezas que no encajan se descartan, este método se encuentra en el otro extremo del arco de posibilidades: es totalmente flexible y artesanal.

Los principios que iluminan el enfoque organizativo de Liberated Learners son muy sencillos:

  • “Los centros adoptan la misión de ayudar a los niños y adolescentes a dejar el colegio, usando la ley de homeschooling para mejorar su vida y aprendizaje, y ayudar a homeschoolers a mejorar el uso de este método.”
  • “Todas las actividades y la asistencia al centro son estrictamente opcionales.”
  • “Los centros no son escuelas acreditadas (ni deben usar los términos escuela, academia u otros sinónimos en sus nombres) y consecuentemente no ofrecen calificaciones, créditos ni diplomas, ni requieren exámenes de sus miembros.”
  • “Los centros mantienen un espacio físico, abierto en un calendario regular, donde miembros, personal y voluntarios participan en varios grupos y tareas personales, tales como clases, talleres, consejerías, tutorías, y reuniones con familias.”

“The learning cooperatives”9 (Las cooperativas de aprendizaje) explican más abiertamente sus ideas pedagógicas que sintetizo en este párrafo. Para ellos, el deseo de aprender es natural en el hombre, aunque a veces se producen obstáculos que reducen o inclusive cortan este impulso natural, siendo uno de sus objetivos el de remover esos obstáculos. Por otra parte, el aprendizaje ocurre todo el tiempo y en todas partes, no hace falta un entorno artificial para generarlo, no hace falta créditos ni nada por el estilo para impulsarlo. Plantean que muchos jóvenes son infelices en la escuela, ya sea social o académicamente, y que pueden tener vidas exitosas y llenas de sentido sin asistir a ellas. El resultado escolar muchísimas veces no es un buen predictor del futuro laboral y personal. Hay una gran contradicción en las escuelas ya que se pretende que el estudio sea por motivos intrínsecos y por amor al conocimiento, pero los incentivos que se proponen son siempre extrínsecos. La posibilidad de elegir qué estudiar, la voluntariedad de la asistencia a las clases y la inexistencia de exámenes y calificaciones -es decir, le eliminación de toda la estructura extrínseca- es lo que favorece el desarrollo de la motivación intrínseca. Pensar que se puede asegurar un determinado aprendizaje es un error, lo que los adultos podemos hacer es volver posible ese aprendizaje. En última instancia, la mejor preparación para un futuro productivo y lleno de sentido es una vida presente productiva y llena de sentido. Entonces, concluyen, ayudar a los jóvenes a descubrir lo que es interesante y valioso hacer ahora, es también la mejor forma de ayudarlos a desarrollar autoconocimiento y experiencia para discernir qué tipo de vida quieren llevar y qué necesitan aprender para crear esa vida.

Se trata entonces de una pedagogía de los intereses personales. Podemos poner algunas objeciones a este enfoque. La más importante es que el hombre tiene una larga experiencia de lo que es una buena educación, de lo que lo hace verdaderamente libre: leer, escribir, hablar, pensar y calcular bien, el fruto de las artes liberales, del trívium y el quadrivium. También enseña la experiencia que, para tener una buena vida, es fundamental una cierta sabiduría y buenos hábitos morales y religiosos.

Uno podría preguntarse en qué medida las escuelas obligatorias en Argentina transmiten todo eso a los niños y jóvenes que pasan trece años bajo su ministerio. Seguramente la respuesta sería muy variada, habrá lugares mejores y peores. Lo que es indudable es que, en torno a este núcleo medular -que no siempre está-, en la escuela pública argentina hay una gran cantidad de grasa innecesaria de cosas a enseñar que vienen en parte del viejo enfoque enciclopedista y en parte del nuevo enfoque progresista. En lugar del discóbolo de Mirón, el ideal es una escultura de Botero. Y muchos niños y jóvenes, más de noventa mil al año, se hunden bajo la hipertrofia.

Por otra parte, creo que la propuesta de Liberated Learners, tal vez con una adaptación a nuestra idiosincrasia y nuestras circunstancias, pueda ser un buen remedio para muchos de los caídos. Cuando pregunté a Joel Hammon qué hacían cuando un chico manifestaba no tener ningún interés, ya fuera por falta de conocimiento de sí mismo o por una real ausencia de intereses, me dio una respuesta que me pareció llena de sabiduría práctica: “A veces algunos chicos llegan tan estresados o provienen de experiencias tan difíciles que no tienen realmente ningún interés, su deseo natural de aprender está entumecido. Entonces lo más difícil es comprar tiempo de los padres mientras construimos una relación. A veces es simplemente estar en el mismo lugar juntos o jugar un juego en los tiempos de tutoría, hasta que de pronto aparece el deseo de aprender algo o de retomar una actividad que disfrutaba cuando era chico, como el dibujo”. ¿Qué impide que muchos jóvenes tengan una oportunidad como esa y reencaucen sus vidas?

Los obstáculos.

En principio no hay ninguna dificultad para que una persona o institución privada, o incluso un gobierno municipal o provincial, desarrolle un centro de Estudio Autodirigido siguiendo el modelo de Liberated Learners. Sin embargo, tal como está planteado el sistema educativo argentino, se perdería uno de los grandes atractivos que, en mi opinión, tiene el modelo norteamericano.

Una de las afirmaciones de Ken Robinson es que el modelo educativo actual es fruto de una sobrevaloración de la educación universitaria y del profesional universitario como modelo de vida. De hecho, la mayoría de las personas en el mundo, y en Argentina también, no pisan jamás una universidad, y la mayoría de los que la pisan no terminan una carrera. Es decir, la inmensa mayoría de las personas llevan vidas totalmente ajenas a la universidad y sostienen económicamente a sus familias con trabajos distintos de una profesión y si un título universitario. Pero como la cúspide del sistema educativo es la universidad, el resto del sistema se ha alineado como una cadena de montaje para que los alumnos que terminan el secundario estén listos para ingresar en sus aulas. Supuestamente, claro. Es dudoso que la mayoría de los egresados de las escuelas secundarias argentinas estén preparados para la educación superior, terciaria o universitaria, por más que sus certificados los habiliten.

En cambio, uno de los frutos que suele dar el paso por las instituciones afiliadas a Liberated Learners, según el testimonio de sus fundadores, es que muchos alumnos se especializan en áreas académicas y terminan ingresando en la universidad con muy buenos resultados. No es uno de los objetivos que ellos se proponen, pero sucede. Los alumnos son recibidos en las universidades porque demuestran saber lo necesario y tener las capacidades que los habilitan. Aquí esto sería imposible, ya que el ticket de entrada a la universidad es el título secundario, que centros como los que estamos describiendo no estarían en condiciones de otorgar. Es decir que nos encontramos en la situación opuesta: todos los años miles de alumnos reciben un título que les permite entrar a la universidad, aunque muchos no tienen los conocimientos ni las capacidades para hacerlo, pero si un grupo de jóvenes lograra por su esfuerzo aprender lo necesario y adquirir las capacidades, y tuviera el deseo de hacerlo, no podría ingresar. Primero tendrían que obtener el título secundario.

Los defensores rabiosos de la educación secundaria pública y obligatoria podrían plantear que si tienen los conocimientos y las capacidades entonces fácilmente pueden obtener el título secundario. Pienso que el planteo es equivocado, que es como si al muchacho que logra tener la figura del Discóbolo le exigiéramos que engorde hasta ser como la escultura de Botero. El gasto de tiempo y energía es absolutamente innecesario; podría reemplazarse fácilmente por un test de aptitudes o lo que la universidad disponga para asegurarse que los muchachos están preparados.

El punto es que la obligatoriedad de tener un título secundario no garantiza que una persona que lo tiene esté preparada para ir a la universidad. Que esto es así lo demuestra el hecho de que la Universidad de Buenos Aires haga pasar a sus estudiantes por un año de curso de nivelación -algunos lo consideran un curso de adoctrinamiento. Por otra parte, tampoco garantiza que todos los jóvenes vayan a la escuela secundaria (en el peor de los casos sólo uno de cada dos la termina, según vimos más arriba). Es decir, el sistema tal cual está planteado en este momento, ni garantiza una buena educación de todos los que tienen el certificado ni garantiza siquiera que los alumnos vayan a la escuela. Entonces, ¿cuál es el sentido de esta norma que impide que una persona que se ha educado por su cuenta y que tiene las capacidades y conocimientos necesarios asista a una institución para recibir una educación superior?

Pienso que la respuesta está en la grasa de la escultura de Botero: forzar a los niños y jóvenes a pasar por el sistema educativo obligatorio es el camino para generar en ellos una determinada forma de ver el mundo, una determinada cultura. Por lo tanto, eliminar la obligatoriedad de tener un título secundario homologado por el estado para trabajar y para acceder a una educación superior es imperativo si queremos recuperar la libertad educativa.

Remover los obstáculos.

La buena educación es un derecho reconocido formalmente por la Constitución Nacional. En realidad es mucho más que eso, es un derecho natural y una obligación de los niños, y una obligación y un derecho natural de los padres. Los gobiernos tienen algunos derechos sobre la educación de los futuros ciudadanos, pero deberían cumplir fundamentalmente una función subsidiaria. En esta mirada el estado tiene un lugar adecuado, el de colaborar con las familias para la buena educación de sus hijos, no el de decirle a los niños cómo deben pensar sobre el sexo o la política. La situación en nuestro país es la de un Estado desmadrado, que se mete donde no debe y pretende hacer lo que no le corresponde, y entonces se cumple lo que la sabiduría popular siempre dijo: “el que mucho abarca poco aprieta”. Y lo que aprieta va más por el lado de la ideología que por el de la buena educación.

Creo que debemos encarar una lucha para liberar la educación en nuestro país del control de los ideólogos y devolverla a quienes realmente les pertenece: los padres. Para ello habrá que desmontar todo un sistema de fortificaciones y guardianes establecidos a lo largo de los años. Habrá que hacerlo con cuidado, y quitar la obligatoriedad del título secundario para ingresar a la universidad es un paso necesario.

1 https://www.lavoz.com.ar/negocios/toyota-quiere-contratar-a-200-empleados-pero-no-consigue-personal-con-secundario-completo/

2 https://argentinosporlaeducacion.org/datos

3 Narodowski, Mariano; “El abandono en la escuela media en la Argentina (2004-2014)”, accesible en http://ie.org.ar/descargas/Abandono-en-la-Escuela-Media-en-la-Argentina.pdf

4 https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-educacion-argentina-en-su-peor-momento-nid17062021/

5 Ibidem y https://www.infobae.com/educacion/2021/06/11/cuantos-chicos-abandonaron-la-escuela-por-la-pandemia-en-la-argentina/

6 https://liberatedlearners.net/

7“Escuelas Creativas, la revolución que está transformando la educación” Grijalbo, 2015. Pueden verse varias charlas del autor en Youtube.

8 https://www.northstarteens.org/

9 https://learningcooperatives.org/