ATLAS Y LOS PLANES DE ESTUDIO

Esteban Rojo

El tiempo no es oro, el tiempo vale mucho más que el oro. Con todo el oro del mundo no se puede comprar ni un minuto. El pasado ya no volverá. Administremos bien el presente -que pronto estará en el pasado-, si queremos cosechar los frutos en el futuro.

Otros males de la educación.

La educación debe estar muy enferma porque la lista de males que la aquejan es siempre creciente. Hace unos días leí un artículo publicado en la Revista Criterio, en un número de 1985. El autor, Dr. José Luis Cantini, tomaba nota de la necesidad de reformas de la educación en aquel entonces:

De todos los niveles del sistema, el nivel medio es el que concentra las críticas más severas y los reclamos más urgentes de renovación en lo que respecta a objetivos, contenidos, metodología, estructura y rendimiento. (…) Por otra parte, la literatura especializada sobre el tema es tan abundante y la experiencia directa de los padres y alumnos, tan generalizada, que no hace falta extenderse sobre él1

Él mismo reconocía que las críticas ya venían del siglo XIX. Como solemos corroborar, “nada nuevo bajo el sol”. En seguida destaca Cantini que el nivel medio es aquel que tiene mayor participación de la enseñanza privada, ya sea religiosa o laica. En aquel entonces era un 30% del total de la matrícula del país, actualmente es un 29%.2 Con gran lucidez se preguntaba entonces si, a la luz de ese guarismo, una parte relevante de los problemas no era responsabilidad del sector privado. Y lo mismo podríamos preguntarnos ahora.

Planteada en estos términos, la respuesta, no menos espontánea, es que tal responsabilidad no existe, porque los establecimientos privados no hacen otra cosa que aplicar los planes oficiales que, como es sabido, son absolutamente rígidos y uniformes. El responsable, en definitiva, sería exclusivamente el Estado.

Un análisis un poco más profundo nos lleva, empero, a conclusiones distintas. En primer lugar, la respuesta, aún en el caso de ser cierta, no parece suficiente, porque la larga lucha por el reconocimiento efectivo de la libertad de enseñanza, tanto en el siglo pasado como en el actual, demuestra que las políticas, leyes y reglamentos educativos pueden cambiar. Y lo concreto es que las escuelas privadas y los movimientos de opinión que las han respaldado siempre -mayoritariamente de inspiración católica- nunca han luchado por los aspectos específicamente pedagógicos de la libertad de enseñanza salvo en lo que respecta a la orientación religiosa y la moral. Esta pasividad contrasta con las energías y la perseverancia puestas de manifiesto en la lucha por los aspectos jurídicos (validez oficial de títulos y estudios) y económicos (subsidio estatal) de dicha libertad.

Pero además de no ser suficiente, aquella respuesta no es exacta, porque la norma legal vigente (art. 1° del decreto 371 de 1964) no habla de ‘planes oficiales’, lo que daría a entender que se trata de los planes aplicados en los establecimientos oficiales, sino de ‘planes aprobados oficialmente’. Y, de hecho, de acuerdo con este régimen legal, hasta mediados de 1984, el Poder Ejecutivo nacional, por vía de la SNEP, tenía oficialmente aprobados 38 planes de estudios de nivel medio proyectados y propuestos por distintos establecimientos privados. El número de estos planes es alto -muy alto, en realidad- pero los que los aplican son muy pocos, (generalmente sólo los que gestionaron su aprobación). (…)

La conclusión que se extrae de este análisis es obvia: si algunos establecimientos privados han logrado singularizarse, logrando el reconocimiento de cierta originalidad pedagógica, y los demás no lo han hecho, ni siquiera lo han intentado, es porque a la mayoría no le interesa cambiar. Por consiguiente, no resulta fácil eximir de toda responsabilidad a la enseñanza privada por la actual situación de la enseñanza media.”3

El lector sabrá disculpar la extensión de la cita por su enorme valor. Desde 1964 hasta 1985 por lo menos, las escuelas privadas del país tuvieron la posibilidad de presentar planes de estudio propios, acordes a su idiosincrasia, acordes a su ideario se diría hoy, y pocos más de 38 lo hicieron. Uno podría decir como católico que durante esos veinte años la Iglesia, a pesar de su larga tradición educativa, perdió una gran oportunidad: la oportunidad de tener planes de estudio que no fueran el plan del estado con un poco de religión y moral cristiana pegoteadas.

Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente, se promulgaron nuevas leyes educativas, todas las escuelas quedaron unificadas en el sistema público, y la oportunidad se perdió. Hoy el sistema es mucho menos libre que hace treinta años.4

¿Por qué importa el plan de estudios?

El universo de lo que hay por conocer –el mundo natural, el hombre y sus acciones y Dios mismo-, es infinito; el tiempo de enseñanza aprendizaje es limitado. Necesariamente, lo que se enseña en la escuela es un fragmento de todo lo que podría enseñarse. En realidad, es un recorte, una parte voluntariamente definida por los hombres. El plan de estudios es una selección voluntariamente realizada de todo lo que podría aprenderse.

Quien realiza ese recorte lo hace desde su particular visión de qué es el hombre, qué es la educación, cuáles son sus fines, qué es importante que los niños aprendan y qué debe dejarse de lado. Cada una de esas cuestiones deben debe meditarse seriamente, porque tiene una gran importancia. ¿Se educa igual a un niño si se considera que “el hombre es un conjunto de átomos arrojado al mundo por azar” que si se considera que “es un ser creado por un Dios que lo ama y tiene un fin trascendente allende la muerte”? ¿Da igual considerar que “la educación es un adiestramiento”, que “la educación es transmitir información” o que “la educación es ayudar a crecer en virtudes intelectuales y morales”? ¿Es indiferente pensar que “la educación es preparación para el trabajo” de pensar que “la educación es preparación para llevar una buena vida”?

Evidentemente, algunos aspectos del plan de estudios se imponen por su propio peso, como aprender a leer y escribir y aprender las operaciones fundamentales de matemática, porque nadie puede negar que son muy necesarios y útiles para la vida y la llave de todo estudio académico posterior. Pero otras cuestiones no son tan evidentes. ¿Por qué biología merece más tiempo que coro o danza – si es que hay coro y danza? ¿Es más importante recordar el nombre de la mitocondria que bellas canciones y poemas? ¿Por qué los alumnos leen Kafka y no Jane Austen? ¿Por qué estudian y copian arte vanguardista y no a los grandes maestros del renacimiento? Las preguntas podrían extenderse al infinito.5

Como dice Melina Furman en un libro que el Ministerio de Educación distribuye gratuitamente a los Institutos de Formación Docente, “Les planteo esta(s) pregunta(s) porque la educación nunca es neutra, aunque no siempre nos demos cuenta. Podemos educar de modos que ayuden a construir la lista de atributos soñados. O bien podemos educar (incluso sin ser conscientes de ello y con las mejores intenciones) para todo lo contrario, (…)”.6 Pero, ¿quién sueña los atributos?

En el plan de estudios se definen muchísimas cosas. No sólo se define la cantidad de años que debe tener la escolaridad, sino también los espacios curriculares (materias) que se estudiarán en cada año, la cantidad de tiempo que se dedicará a cada uno (horas), los temas que deben enseñarse en cada materia en cada año (núcleos de aprendizaje prioritarios o el nombre que tengan en este momento). En otras normas se establece qué formación deben tener los docentes que se hagan cargo de cada materia. Quienes conocemos por experiencia el mundo escolar sabemos que frente a esta normativa hay un cierto margen de libertad, pero también hay una enorme predeterminación que es imposible de cambiar.

Algunos afirman que el sistema educativo actual es fabril. Siguiendo con la analogía, podríamos decir que el plan de estudios es como la matriz con que se pretende dar forma a las inteligencias y los corazones de los alumnos. Quien forja ese molde, moldea las inteligencias y los corazones de los ciudadanos argentinos del futuro al calor de sus propios sueños.

El plan de estudios tiene consecuencias: tendrá una fuerte influencia en cómo los estudiantes, al cabo de 13 años de pasar por esta matriz, verán el mundo cuando sean adultos: cuál será su concepción de lo que es un ser humano, cuáles serán sus categorías de pensamiento, una parte no menor de su lenguaje, sus criterios, sus hábitos, sus valores, aquello por lo que estarán dispuestos a luchar y aquello por lo que no.

De todo esto se concluye que no hay verdadera libertad de enseñanza si no hay libertad para formular los planes de estudio. Pero, cuando existió esa libertad, entre 1964 y 1985, casi nadie quiso correr el riesgo de ser libre.

Y todavía otro problema más.

Cuenta un mito griego que Atlas fue castigado por Zeus a causa de haber liderado la rebelión de los titanes contra los dioses. Derrotado, tuvo que soportar el peso de los cielos sobre sus espaldas para siempre. Vivió mucho tiempo así, inclinado, encorvado, aguantando. Mas cuando Hércules necesitó conseguir las manzanas de oro de las hespérides para completar su undécimo trabajo, Atlas aceptó ayudarle a cambio de que el héroe ocupara su lugar por un tiempo. Naturalmente, el titán después no quería volver a su puesto y el héroe tuvo que engañarlo para que lo hiciera. En el caso que nos ocupa, Atlas volvió por su propia voluntad.

Estamos a unas semanas de las elecciones generales de 2023. Uno de los candidatos plantea ideas que apuntan a “liberalizar” la educación. No voy a analizar lo que dice en su plataforma sobre el tema para no polemizar. Pero sí me pregunto cuáles son sus chances de éxito si realmente quiere liberar la educación. Y aquí me veo forzado a volver al lúcido análisis del Dr. Cantini. ¿Por qué, si estaba abierta la posibilidad de presentar planes de estudios originales, que respondieran a los idearios de cada institución o a las necesidades de los alumnos de cada escuela, casi nadie lo hizo?

Es sobradamente conocido que el sistema educativo argentino se ha caracterizado siempre por una rigidez monolítica y un extremado reglamentarismo. En un sistema así, la exclusividad de toda reforma, por insignificante que sea, queda reservada al gobierno. Y en nuestro país, por múltiples razones que no es el caso analizar ahora, ha estado reservada al gobierno nacional. Por otra parte, toda reforma, una vez decidida, se impone imperativamente. La originalidad y aún la flexibilidad pedagógicas han estado tradicionalmente proscriptos, tanto en los establecimientos privados como en los estatales.

La sociedad se ha amoldado a esta política y a la ideología que la inspira: no pide al gobierno libertad para introducir reformas por si misma, le pide que las proyecte y las imponga obligatoriamente. Mientras no lo haga, espera y critica. Y si lo hace, sigue criticando.”7

El problema que denuncia Cantini es la mentalidad estatista que ya formaba parte entonces del ADN ideológico de la mayoría de los argentinos: el Estado debe ocuparse de estas cosas, no las instituciones intermedias ni las personas particulares. Ciertamente, el Estado tiene un rol legítimo en la educación de los argentinos, pero eso no significa que se deba anular el derecho a la libertad de enseñanza.

El problema no es del pasado, es del presente. En 2006 el gobierno nacional aprobó la Ley de Educación Nacional N°26.206, en la que establece que todas las escuelas son públicas, aunque puedan ser de gestión privada, y no hubo una revolución para luchar contra este precepto. Fue aceptado mansamente por todas las entidades propietarias. Unos años más tarde, cuando la Ciudad de Buenos Aires llevó a cabo la reforma de los planes de estudio de las escuelas secundarias del distrito -la NES-, concedió unos pocos “espacios de definición institucional” y obligo a las escuelas a incluir en la parte narrativa de los planes algunos que podían ser contrarios a sus idearios. En este caso varios rectores presentaron batalla en las reuniones que convocaba el ministerio, pero no fue suficiente para lograr cambios sustanciales. Este año, la Ciudad nuevamente quiso avanzar con una reforma del plan de estudios de los Institutos de Formación Docente. No hay fundamentos que avalen la necesidad de la reforma ni se trabajó seriamente con los institutos para discutir los cambios; simplemente se pensaba bajar desde le gobierno un plan premoldeado e igualador. Nuevamente los rectores y algunas organizaciones como AIES y FAERA disputaron la situación con algo de vigor y ahora parece que la reforma está estancada. Sin embargo, es simplemente mantener el statu quo.

La influencia de quienes manejan la educación desde el Estado a través de los planes de estudio es grande. En las escuelas privadas pueden decir -y decirse a si mismos para tranquilizar los reclamos de la conciencia-, que el currículum se adapta al ideario de la escuela. Pienso que en la mayoría de los casos esto no es verdad, que apenas si se mitiga la influencia del Estado con algunas materias a cargo de docentes “de buena línea”. Y esta capacidad para mitigar se reduce cada vez más en la medida que hay cada vez menos educadores en el mercado y que la mayoría de ellos llega a las escuelas preformateados en los profesorados públicos con un plan de estudios en gran parte planificado por el Estado. Es un circuito cerrado.

Uno podría preguntarse qué sucedería si en 2024, de pronto, el nuevo gobierno, del signo que sea, autorizara a todos los colegios, tanto de gestión estatal como privada, a reformar libremente sus planes de estudios y llevarlos a cabo, con la salvedad de que los alumnos deberían estar en condiciones de aprobar un examen de comprensión lectora, comunicación oral y escrita y matemática al terminar cada etapa. ¿Elegirían los argentinos aprovechar la nueva libertad para transformar la educación con creatividad y atendiendo a las necesidades reales de los niños y jóvenes de cada escuela o se mantendrían los planes por largo tiempo tal y como están ahora? Y los que optasen por cambiar, ¿cómo llevarían a cabo los cambios? ¿Por definición de directivos o dueños? ¿Con la participación de los docentes? ¿Con la participación de los padres? ¿Con la participación de los alumnos, por lo menos los mayores?

Aquí surge una cuestión importante: los primeros educadores de los niños son los padres. Podríamos extender el análisis de Cantini y hacer una pregunta más: ¿son responsables los padres en alguna medida de la situación actual? ¿Han hecho algo para cambiarla y que sus hijos reciban una mejor educación? Si las escuelas se pusieran bajo la tutela de un consejo de padres, ¿qué harían? Hace unos años se daba una paradoja en las encuestas sobre educación: todos los consultados afirmaban vehementemente que la educación estaba en crisis y que era un desastre generalizado; al mismo tiempo, todos afirmaba que la escuela a la que iban sus hijos era buena. El problema eran las otras escuelas. Sería interesante que alguien repitiera esta encuesta ahora que la cuarentena obligó a las instituciones educativas a desnudarse en público.

Mientras tanto, las escuelas crujen porque se encuentran en tensión entre planes de estudio y organizaciones rígidas fruto de la antigua visión enciclopedista y fabril de la educación, una sociedad posmoderna que trata de deconstruirla y un hiperindividualismo incompatible con la escuela masiva.

En conclusión.

El sistema educativo es muy complejo. Es difícil que se pueda lograr una verdadera transformación en el corto plazo porque hace falta un cambio de mentalidad. Si tenemos en cuenta que los niños pasan entre cinco y ocho horas en la escuela sometidos a la matriz de los planes de estudio, y a ello le sumamos el tiempo en que se ven influidos por los medios de comunicación masivos y las redes sociales, el tiempo que los padres pasan trabajando y las graves y frecuentes crisis familiares, podemos concluir que la influencia de los padres, su capacidad de transmitir a los hijos su visión del mundo y sus valores, está prácticamente pulverizada. El derecho de los padres a educar a sus hijos parece haber sido secuestrado, con algo de responsabilidad de los propios padres. Es cómodo dejar a los niños en la escuela pública mientras ganamos el pan. El cambio de mentalidad que hace falta es que los padres se decidan sacrificar tiempo, fuerzas y dinero para a luchar por su derecho a la educación, por la libertad educativa.

1 Cantini, José Luis; Libertad de enseñanza y reforma de la enseñanza media, en Revista Criterio N°1952 del 26/09/1985, p. 512.

2 Ministerio de Educación Argentina, Secretaría de Evaluación e Información Educativa; Informe Nacional de Indicadores Educativos, Situación y evolución del derecho a la educación en Argentina, 2022; p. 33. Accesible en: /https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/informe_nacional_indicadores_educativos_2021_2_1.pdf

3 Cantini, José Luis, op. cit, pp. 512-513.

4 La ley federal de educación N° 24.195 de 1993 fue abrogada por la ley de educación nacional N°26.206 en 2006. La primera dio mayor libertad para la organización de los planes de estudio de los últimos años, la segunda incorporó a todos les establecimientos en el sistema público, unificó los planes de estudio y sucesivas leyes fueron incorporando algunos de los temas más cuestionables como la Educación Sexual Integral. Hay 260 normas posteriores que la modifican o complementan.

5 Un interesante e inspirador cuestionamiento a esta situación puede encontrarse en Robinson, Ken y Aronica, Lou; Escuelas Creativas, la revolución que está transformando la educación, Grijalbo, 2015. También puede verse como introducción este corto: https://www.youtube.com/watch?v=nPB-41q97zg&list=PLJxhlbQLtKvxPPHM49-YjMh7unUrBF_S4&index=2&t=97s

6 Furman, Melina; Enseñar distinto, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2023; p. 30. Las negritas son nuestras.

7 Op. cit. p. 513. Las negritas son nuestras.